Auger, Azcona y Vicent recuerdan la posguerra española
Rafael Azcona nunca había actuado en público, y Manuel Vicent tiene cierta experiencia. El primero es uno de los grandes guionistas de cine, y el segundo es el novelista de Tranvía a la Malvarrosa. Los dos, coordinados por Ángel Sánchez Harguindey, se sometieron un día a un diálogo del que salió un libro, Memorias de sobremesa (El PAÍS-Aguilar), que fue presentado ayer en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Clemente Auger, presidente de la Audiencia Nacional, ayudó a darle el carácter de acontecimiento especial que tuvo este acto, en el que los intervinientes y el público rieron como si estuvieran en una tertulia de las que se habla en este libro. Clemente Auger recordó las raíces de la mayoría de los presentes, que no eran otras que la de una España sórdida, dictatorial y siniestra. Destacó Auger lo que pasaba en aquellos duros años de la posguerra, y puso de manifiesto el contraste entre aquel ambiente propiciado por un régimen fascista y el recuerdo que han sido capaces de levantar Azcona y Vicent, como muestra el libro: una memoria llena de humor y sabiduría.
El buen vivir
Vicent y Azcona reeditaron ante el público, incitados por la directora de la editorial, Carmen Lacambra, y por el propio Harguindey, el tono de la conversación que ahora está impresa: Vicent recordó cómo había conocido a Azcona, en el Café Comercial, oculto bajo una servilleta blanca, y Azcona recordó cómo se vivía entonces: había que estar en los cafés para evitar la depresión suicida que se padecía en los cuartos realquilados, y recordó cómo en aquella España de su juventud y comienzos de su madurez todo estaba enfocado para enseñarnos al bien morir hasta que por razones de su trabajo en el cine descubrió un país como Italia en el que de la muerte no hablaba ni el Vaticano: todo estaba predispuesto para una educación del buen vivir.Manuel Vicent contó que el libro surgió en unas sobremesas en las que un componente esencial era el consumo moderado de alcohol y explicó cómo el alcohol es la droga que caracteriza a nuestra cultura, que estimula la creatividad, a diferencia de los derivados del cannabis, que impulsan una imaginación y brillantez más aparentes que reales.
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