Brasil, la teoría del eslabón más débil
La teoría del eslabón más débil, importada de las revoluciones marxistas y, más adelante, de la guerra fría, se ha trasladado a final de siglo a esa otra modalidad de conflicto que son las crisis financieras. Primero fue cada uno de los países del sudeste asiático; más adelante, Rusia; y ahora ese eslabón parece ser Brasil, que hace esfuerzos desesperados porque la marea se detenga a sus puertas o se traslade a otros confines. Sabiendo que si devalúa su moneda, el real, a continuación puede caer el resto de América Latina (AL), y destaparse una crisis sistémica.En este sentido, es muy significativa la iniciativa del Gobierno español llevando al Ecofín la propuesta de un reforzamiento de las finanzas del FMI, y aportando 5.000 millones de dólares para un fondo de emergencia de ayuda a AL. Si, por un lado, el vicepresidente económico Rodrigo Rato confía en que nuestro país puede salvarse en 1999 de la quema de una reducción significativa del crecimiento (y por ello presenta unos Presupuestos que incluyen el incremento del PIB en un 3,8%), por el otro se propone utilizar una parte de las reservas de divisas para taponar la vía de agua que se abriría si AL se sumerge en otra década perdida. Ello afectaría a la economía real, a través de la reducción del comercio exterior, y de las dificultades de las empresas españolas instaladas allí.
La propuesta de Rato no se ha hecho en el mejor momento, pues el Ecofin se ha celebrado en las vísperas de las elecciones alemanas, cuyo resultado tanto ha de repercutir sobre el futuro y el liderazgo de la Europa unida. Lógicamente, Alemania se haya más inmersa en sus propios problemas (por ejemplo, la repercusión de la debacle rusa sobre sus bancos e, indirectamente, sobre su déficit público) que en los de AL. Pero Rato no nada a contracorriente: el FMI y el G-7 parecen dispuestos a echar el resto para ayudar a Cardoso.
La situación de Brasil es desesperada. Lleva más de dos meses perdiendo reservas (durante muchos días, a razón de más de mil millones de dólares diarios; en las últimas semanas -y éste es uno de los pocos signos positivos- unos quinientos millones de dólares por día) para mantener la cotización del real. Se estima que en este empeño ha perdido más de 28.000 millones de dólares. Este escenario puede empeorar si después del esfuerzo, al final acaba cediendo.
Además, esta coyuntura sucede en medio de una campaña electoral. Los sondeos indican que, pese a todo, Cardoso acabará ganando de modo holgado el 4 de octubre. Durante muchos meses, el que fuera autor del plan real en 1994 (como ministro de Economía de Itamar Franco), que llevó a Brasil de la hiperinflación a menos de un 4% anual; el que como presidente ha abierto a Brasil al capital extranjero (logrando que se constituya en lugar favorito de los inversores foráneos, tras China) y ha iniciado una política ortodoxa a favor de las privatizaciones y contra los monopolios estatales, había hecho de la campaña electoral un frente contra el desempleo. Uno de los lemas favoritos de Cardoso era: "El hombre que terminó con la inflación va a terminar también con el paro" (oficialmente inferior al 10% de la población activa).
Pues bien, Cardoso ha dado un giro copernicano a su discurso y acaba de ofrecer a los brasileños un programa de sangre, sudor y lágrimas: recorte de los gastos sociales (sólo quedarán los gastos para los que existan recursos para financiarlos), aumento de los impuestos, despidos en el sector público, reformas en las pensiones, etcétera. En definitiva un plan de ajuste ortodoxo. Cardoso, uno de los líderes latinoamericanos de la tercera vía que apoyan Balir y Clinton, parece dispuesto a ganar las elecciones con un programa de rigor, que evite que Brasil siga siendo ese eslabón más débil, acudiendo a la ayuda del FMI por primera vez en la historia de ese país. Sólo faltaría que luego Camdessus diga que no tiene fondos para apoyar a un país cuyo PIB es casi la mitad del de América Latina.
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