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Umberto Eco reclama en Yuste el regreso de la meditación frente a los espectáculos

Cinco intelectuales y científicos toman posesión de sus sillones en la Academia Europea

El escritor Umberto Eco reflexionó ayer en el recinto de un monasterio sobre la pasión interior de los hombres, que posibilita incluso el abandono del poder para refugiarse "en la meditación solitaria". Eco, junto a otros cuatro destacados intelectuales y científicos, tomó posesión de su sillón de la Academia Europea de Yuste (Cáceres), y pidió un regreso del valor de la reflexión a "este mundo tan abierto a los espectáculos y la distracción".

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El novelista y semiólogo italiano Umberto Eco, el escritor portugués José Saramago, el dramaturgo inglés Peter Levin Shaffer, y los premios Nobel de Economía y Física Reinhard Selten, alemán, y Heinrich Rohrer, suizo, tomaron ayer posesión de sus sillones en la Academia Europea de Yuste. No pudo hacerlo el pintor Antonio López por encontrarse enfermo. Los sillones de estos primeros académicos llevan nombres de ilustres europeos: Cristóbal Colón, Cervantes, Shakespeare, Rembrandt, Platón y Cicerón.Eco tomó la palabra en nombre de los académicos y reflejó, en un discurso breve y bello, "la situación europea" creada en ese instante: "Un escritor hablando en francés, traduciendo un texto italiano para un público castellano y con tres colegas que hablan alemán, inglés y portugués".

El poder

Eco, que dijo enojarse a menudo con los defectos de los españoles, franceses o alemanes, añadió que se siente "más europeo" cuando viaja a otros continentes: "Ahí me doy cuenta de nuestras afinidades". Después reflexionó sobre la guerra y la paz: "Carlos V era un hombre de poder que en un momento dado fue capaz de renunciar a él para refugiarse en este claustro y descubrir la experiencia de la meditación solitaria". En el umbral de un milenio "que se dice destinado a la conquista de las estrellas, creo que una de las finalidades de esta Academia será recordar que incluso en las profundidades internas todavía hay un espacio desconocido al que debemos dedicar muchas exploraciones", señaló.Eco había empezado glosando con ironía los motivos personales que hacían de este encuentro en Yuste, bajo el signo de Carlos V, una cita "particularmente emocionante": "En 1530, al ser proclamado emperador en Bolonia, nombró a todos los profesores de la universidad y a sus sucesores comites palatini et cuites auratis (comité de paladines y caballeros del Vellocino de Oro), pero con derecho a legitimar a los bastardos".

"Como heredero de esta dignidad", prosiguió, "no puedo dejar de manifestar aquí mi gratitud al emperador, aunque todavía no me queda muy claro cómo se legitima a un bastardo".

Pasando a consideraciones de tipo más general, Eco dijo que, entre las múltiples figuras de la historia europea que ha habido, "Carlos, nacido en Gante, coronado en Aquisgrán y muerto en España, realmente se nos aparece como un modelo de hombre político europeo". Y eso, continuó, "es un excelente auspicio para una academia que tiene una vocación europea y que quiere una cultura europea más allá de las diferencias nacionales, un objetivo que recoge el espíritu de Salvador de Madariaga cuando hablaba de una Europa común".

"¿En qué sentido nos sentimos europeos?", se preguntó luego Eco. "Sobre todo cuando nos encontramos lejos de Europa", se respondió, para añadir: "Creo que una de las funciones de esta Academia consiste en ayudar a los europeos a sentirse europeos hasta cuando están en Europa".

La soledad Eco hizo una última reflexión, inspirada, dijo, por el espíritu de un lugar "tan maravilloso" como Yuste. "He comenzado recordando a un emperador, y alguien podría decir que un emperador hoy en día, ahora que ya no hay imperios, sería un hombre de guerra, cuando nosotros hemos elegido la paz como valor primordial. Posiblemente no sea el suyo el modelo ideal para los europeos del futuro, pero quisiera recordarles que de Carlos V también hay otra lección que podemos aprender, una lección que nosotros, hombres de cultura, no podemos olvidar. Era un hombre de poder, ¡y qué poder!, que en un momento dado fue capaz de renunciar a él para refugiarse en este claustro y volver a encontrar, o posiblemente descubrir por primera vez, la experiencia de la meditación solitaria".

"Creo que en la paz de este paisaje debemos recordar al Carlos V de aquellos últimos años", concluyó el autor de El nombre de la rosa. "Y nuestra tarea como intelectuales consiste en conseguir que la reflexión se convierta en un bien filosófico supremo. Se trata de volver a establecer este valor en un mundo cada vez más abierto a los espectáculos y la distracción".

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