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Un amante del arte

Cada uno de los stones se mantuvo ayer fiel a su leyenda. Mientras en el hotel María Cristina de San Sebastián el núcleo duro del grupo (Ronnie Wood y Keith Richards) se mantenía a cubierto después de una madrugada sazonada de caviar, el batería Charlie Watts alimentaba su imagen de aficionado al arte con una visita al Museo Guggenheim de Bilbao. Poco antes de las dos de la tarde, una furgoneta Mercedes de cristales tintados llegaba a las inmediaciones de la pinacoteca bilbaína. Ni se detuvo en la escalinata de acceso principal; el vehículo tomó el camino de la entrada de grupos, situada en la parte trasera del edificio, y llegó hasta la misma puerta, dejando atrás a una docena de fotógrafos. «No quiere posar ni hacer declaraciones», aclararon las empleadas del Guggenheim. «Es una visita privada».El batería del grupo británico inició su recorrido por el interior del museo, sumido en el desbarajuste de instalar una exposición de arte chino que ha obligado a cerrar buena parte de sus salas, acompañado por otras cuatro personas y sus cicerones. En un alto en la visita, Watts hizo lo que se espera de un turista al uso: salió a una de la terrazas del edificio y posó para una fotografía de recuerdo, que tomó una de sus acompañantes.

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Watts compra piezas de arte pero asegura que no llega a la categoría de coleccionista. Y no es por falta de afición: «No tengo dinero suficiente para serlo», dice.

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