De la Ribera al extranjero
"En la historia de Olite hay un documento que dice que un Ochoa vendió vino a Carlos V allá por el siglo XVI, pero no puedo asegurar si era o no de la familia". Javier Ochoa, sencillo y de pocas palabras, asegura que no le interesa ser conocido como el productor de vino más antiguo de Navarra, sino por hacer buenos caldos. Sin embargo, en las hojas de presentación de la bodega, que cuidadosamente elabora Mariví Alemán, administradora, comercial y mujer de Javier, se recoge como ya la relación familiar con el vino se remonta al siglo XV, cuando Ochoa de Ayanz fue alcalde de Olite. Javier, sin embargo, insiste que la única constancia histórica es que en la bodega antigua de la familia hay una piedra que indica que fue reformada o construida en 1843. Como casi todas las viejas bodegas del norte de España la llegada de la filosera a los viñedos franceses fue la clave de su desarrollo y de su salida al exterior. Los Ochoa cuentan con una mención honorífica de 1879 de la Asociación Vinícola de Navarra. En aquellos años un familiar hacía comportas que utilizaban para llevar el vino a Francia. "Un negocio que no le debía ir muy mal ya que tenía incluso una casa en Biarritz", comenta Ochoa. Sin embargo, los comienzos del siglo, con la entrada de la plaga en los viñedos españoles, tampoco fueron un buen momento para los Ochoa que hacia 1926 tuvieron que replantar todas sus viñas. El empujón a la bodega la dio Adriano Ochoa, padre de Javier, que en la década de los cincuenta introdujo las variedades que hoy son parte de la denominación de origen navarra: tempranillo, Merlot, Cabernet Sauvignon y Moscatel de grano menudo. Los horizonte empresariales de Adriano no sólo se ciñeron al vino. "mi padre fue muy criticado por abrir una fábrica de vinagre en Pamplona. Decían que era ridiculo porque el vinagre era algo que se hacía solo". afirma Javier. Entre los negocios de su padre también destaca una fábrica de piensos compuestos. "Mi padre tuvo una hermana que murió y como su hermano se marchó a EE UU el se quedó con la bodega", apunta Javier. Precisamente la emigración de su tío favoreció que el cinentífico español y premio Nobel Severo Ochoa entrara en contacto con los vinos de la familia. "Severo Ocho descubrió mirando la guía de Nueva York que había alguien con quien compartía apellido, así que le llamó a mi tío para saber de quien se trataba. De esta forma tan simple se convirtió en un defensor de nuestros vinos, siempre los consumía. Le hacía gracia porque llevaban su nombre", señala Javier. El padre de Javier murió joven y a éste a los diecinueve años le tocó ponerse al frente de la bodega: "Mi madre dijo que el negocio era para mí. A mis hermanas les compensó con viñas y otras cosas. Yo estaba estudiando, pero al meterme en la bodega me dí cuenta de que realmente me gustaba, así que decidí profundizar los estudios de enología". comenta Javier Ochoa. Eran tiempos en los que se estilaba el granel. "Casi todo se enviaba en barricas hacia el País Vasco. También en pellejos. Se servía directamente y el que venía a la bodega tenía derecho a una bota gratis", recuerda Javier. En 1969 decidió cambiar la estructura del negocio, embotellar y empezar a envejecer los vino, a hacer crianzas. El negocio contaba entonces con dos bodegas. Una en los bajos de la casa familiar, en el casco urbano, que hoy todavía se utiliza para envejecer los vinos, y otra en el centro del pueblo que ya no se usa. "Un antepasado mío la estropeó. Era de madera y metió cemento y ladrillo", indica Javier. Hoy la bodega principal, que se empezó a construir en 1978, es sobria y práctica. En los últimos quince años los Ochoa calculan que han invertido cerca de 30 millones de pesetas en mejorar sus instalaciones. "Nuestra filosofía es que primero el vino y luego el edificio", apunta Javier. En sus instalaciones cuenta con cerca de 1.000 barricas de roble que no superan los tres años. Su teoría es que cuando son jóvenes aportan valor al vino, de viejas cada vez dan menos. El matrimonio Ochoa se complementa. Mientras a Javier le gusta el vino, experimentar, a Marivi le gusta llevar las riendas del negocio. El enólogo insiste en que el perfil de su mujer, conocedora de idiomas, les ha llevado a inclinarse por el mercado exterior. Del millón de botellas que producen al año, un 75% se venden en mercados extranjeros, especialmente en Gran Bretaña y en EE UU. Aunque cuenta con distribuidores en Irlanda, Alemania, Dinamarca, Noruega, Suecia, Francia, Nueva Zelanda o Australia. "No quiero condicionar a nadie, pero parece que la mayor de mis dos hijas quiere dedicarse a esto". La decisión de su hija de 17 años de ir a estudiar enología a Burdeos no deja de satisfacer al bodeguero que ve que el negocio familiar, convertido en sociedad anónima en 1986, tiene continuidad. Sin embargo, con cierta sorna recuerda que el apellido Ochoa desaparecerá.
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