Una autómata doméstica
La versión de Enrique Martínez (La Habana, 1926) ha adquirido reputación internacional desde su estreno en el American Ballet en 1968. De ahí esta coreografía se estableció en el repertorio estable de teatros de todo el mundo, entre ellos la Scala de Milán.Antes de cualquier consideración sobre lo visto en el Albéniz, es necesario situar la génesis coreútica de esta Coppelia, que es hoy día junto a las versiones inglesa y cubana las que guardan aún una relación firme y fiable, no como se dice habitualmente, con la Ópera de París y el original de Merante de 1880, sino con una tradición diferente y notablemente enriquecida en lo técnico, que parte de la versión Petipa en San Petersburgo (1884) y que hace su primera escala portuaria en Londres con dos producciones: en 1933 la de Sergueiev para el Sadler Wells Ballet sobre las reposiciones escolares de Ivanov y Cecchetti, para cristalizar allí mismo con la de Nicolas Zvrev (ballet de Montecarlo, 1936), con diseños modernos Dobuzinski. De allí arrancó la línea norteamericana, que abre Simon Semenov en 1942 para el ballet Teatre (inolvidable el diseño renovador de Roberto Montenegro) y que ya en los tiempos actuales provoca dos versiones amistosamente antagónicas: la mencionada de Martínez y la de Balanchin y Danilova en 1974.
Ballet del Teatro Capitole de Tolouse
Coppelia: Coreografía: Enrique Martínez; música: Leo Delibes. Teatro Albéniz, Madrid, 6 de junio.
El ballet Capitole de Tolouse ha hecho una modesta adaptación de una obra patrimonialmente rica y llena de sutiles complejidades estilísticas en sus danzas (czardas, boleros, giga), que la plantilla del ballet apenas maneja con aceptable corrección. La concepción estética tampoco aporta la magia envolvente que debe tener esta obra. Un juego poco acertado de fríos volúmenes no sólo achicaba peligrosamente el escenario del Albéniz sino que reducía el ambiente festivo propio del primero y tercer acto de la obra; para el segundo cuadro, que se desarrolla en la misteriosa penumbra del taller del doctor Coppelius, tampoco consiguió el propósito original.
Los solistas intentaron mantener el tipo durante los tres actos y evidentemente la obra ganó en fluidez pero no en ese crescendo que pide partitura y coreografía. Habría que añadir que Coppelia es, junto a Giselle , las joyas del ballet clásico-académico más intocadas y que pueden lucir el marchamo de «original». Pero para que esto sea cierto en su totalidad y veracidad, necesita de sólidos y preparados intérpretes, de criterios que no desdeñen tradición por renovación a toda costa y, sobre todo, una culta voluntad de bailar clásico con sentido clásico.
Babelia
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