Dresde expone las obras de arte perdidas y recuperadas tras la Segunda Guerra Mundial
Las piezas han vuelto por azarosos caminos tanto de países del Este como del Oeste
De los tesoros artísticos alemanes que desaparecieron al término de la Segunda Guerra Mundial algunos regresaron a sus museos de origen por tortuosos caminos. Fueron vendidos por dinero, devueltos por mala conciencia, olvidados en una consigna de estación o en un escondrijo y también ofrecidos como regalo de Estado por los dirigentes de la URSS a los de la RDA. La exposición De vuelta a Dresde, que se exhibe en el castillo de esta ciudad oriental de Alemania hasta el 12 de julio, ofrece una muestra de obras recuperadas, interesantes por su valor artístico y por su azarosa biografía de posguerra.
La exposición, una iniciativa de la galería de Dresde, que dirige Harald Max, abarca piezas de los diversos fondos que componen la colección estatal de arte de esta ciudad que fue un gran centro cultural europeo antes de la Segunda Guerra Mundial. Comprende 60 cuadros de viejos y nuevos maestros, objetos de arte egipcio, más de 60 dibujos y obras gráficas, armas y porcelanas. Cranach (El viejo y El joven), Peter Paul Rubens, Van Dyck, Carl Gustav Carus, Ludwig Richter, Adolph Mezel, Max Liebermann y Max Slevogt son algunos de los artistas representados.La muestra está formada por obras que se han recuperado de forma individual o en pequeños grupos a lo largo de los años, comenzando con varios cuadros descubiertos a fines de los cuarenta en la consigna de una estación de tren de Berlín. Muchas obras han vuelto a Dresde desde entonces, pero unas 450 siguen aún extraviadas, y parte de ellas probablemente están en países de la antigua URSS.
Contrapunto de Rusia
La muestra de Dresde constituye un contrapunto a la situación del botín artístico que se encuentra en Rusia y cuya devolución impide una ley sancionada por el Tribunal Constitucional de aquel país. Según Sybille Ebert-Schiffer, la directora general de la colección estatal de arte de Dresde, el botín artístico ruso no debe hacer olvidar que muchas piezas fueron robadas al final de la guerra por personas individuales y, por los más curiosos caminos, han ido a parar a los lugares más dispares.Las aventuras del retorno son variadas. Hella Türke mandó a la galería de Dresde dos cuadros, uno de Egbert van der Poel y otro de Bernhard Halder. Türke explicó en una carta que su madre, una posadera de la zona ocupada por la URSS al término de la Segunda Guerra Mundial, los había recibido como regalo de unos militares soviéticos que se habían alojado en su local. La mujer tuvo los cuadros arrinconados en un armario durante años. Nunca los colgó, porque no pegaban con la decoración de su casa.
Otros tres cuadros de maestros holandeses del siglo XVII fueron entregados por la Fiscalía de Bremen. En 1996 un desconocido intentó venderlos a la galería de Dresde, que se negó a pagar las sumas pedidas. Un año más tarde, la policía confiscó los cuadros cuando su poseedor intentaba venderlos en la ciudad de Bremen, al norte de Alemania. Hoy cuelgan en la exposición.
En 1945, cuando el Ejército Rojo entró en la devastada Dresde, tres comisiones de expertos revisaron las colecciones de la ciudad y seleccionaron lo que iban a transportar a la Unión Soviética, concretamente a Moscú y a Kiev. En los años cincuenta, los dirigentes soviéticos, que durante décadas guardaron el tesoro de guerra alemán en depósitos secretos, devolvieron a la RDA una buena parte de los fondos confiscados. La URSS efectuó un nuevo envío de arte a la RDA en el año 1967, pero no todo volvió. Además, las obras devueltas no siempre fueron a parar a su museo de origen. Faltos de catálogos, los museos de la Alemania del Este pasaron años intercambiando entre sí objetos mandados a destinos erróneos.
A las devoluciones siguieron los regalos oficiales, como el lienzo El árabe a caballo (Max Slevogt, 1914), un cuadro que, junto con varios lienzos más, fue entregado por el Ministerio de Cultura de la URSS al viceministro de Cultura de la RDA durante una visita oficial en 1967. En la colección de grabados de Dresde faltan láminas, que en parte pueden estar en Rusia o en países de la antigua Unión Soviética. En la visita oficial que Helmut Kohl realizó a Ucrania en 1996, los dirigentes de este país le entregaron tres álbumes de la colección de Dresde. Kiev, sin embargo, frenó a los alemanes cuando éstos intentaron localizar otros fondos del botín artístico.
No todas las obras de arte desaparecidas viajaron en dirección al Este. Una parte lo hizo hacia el Oeste, como el cinturón labrado que el museo de tejidos de Hamburgo regaló a Dresde en 1989 como símbolo del hermanamiento entre las dos ciudades. El cinturón fue comprado en la subasta de la herencia de un cónsul alemán. Otras piezas han vuelto gracias a emigrantes no siempre desinteresados. Uno de ellos, residente en París, ha ayudado a recuperar parte de los grabados perdidos en Moscú. Pero los responsables de la colección de Dresde dejaron de tratar con él debido a los precios que pedía.
Complicados regresos
Un estudio de Adolf von Menzel, que pertenecía a una emigrante residente en Nueva York, apareció en la casa de subastas Sotheby"s en 1991. Dresde lo reclamó y lo recuperó tras laboriosas negociaciones. No menos trabajosa fue la vuelta de dos obras de Lucas Cranach, el viejo y el joven, respectivamente, que debían ser subastados por Christie en Londres en los años cincuenta.El litigio con Rusia ha hecho que otros contenciosos de Alemania con países del este de Europa hayan pasado desapercibidos. En la ciudad polaca de Cracovia, por ejemplo, hay todavía 700.000 volúmenes de la biblioteca estatal de Berlín, que incluyen la traducción del Viejo Testamento hecha por Lutero y el Fausto manuscrito por Goethe. Las negociaciones con Polonia, que se basan en el tratado de buena vecindad de 1991, están estancadas desde 1995.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.