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Tribuna:ISLA DE LOBOS
Tribuna
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Tecnología, mentiras, tocamientos

LA FOTO O LA VIDA. «A veces», decía Antonio, «uno cree ver lo que tiene en la imaginación y no es verdad nada de lo que mira; en realidad mira lo que tiene dentro». «¿Y qué tiene uno dentro, Antonio?». «Ya eso lo verás más adelante, un día verás más y no verás sólo lo que ves», decía Antonio. Se preguntará el lector quién es Antonio y con quién habla. Antonio es un personaje de La foto de los suecos (Espasa Calpe), de Juan Cruz, y habla con un niño. Después de leer esta novela y disfrutar con ella, me sometí al sacrificio de contemplar el llamado debate sobre el estado de la nación, y me acordé de Antonio, porque José María Aznar ha llegado a ese día que Antonio anunciaba al niño en el que uno ve más y no sólo lo que ve. Pero Aznar ve tanto que uno llega a pensar que no es verdad nada de lo que miramos. Algo de eso le pasa a Manuel Vicent con los ordenadores, que está lleno de inquietud con la vida del enano -así lo llama- que habita el suyo. Rafael Azcona, que comparte entusiasmos informáticos con Juan José Millás, cree que esa actitud recelosa y distanciada de Vicent es esnobismo, y Vicent sonríe, no sé si admitiéndolo o no. Coincidimos en la celebración de la novela de Cruz y allí estaba Eduardo Haro Tecglen, experto en todas las máquinas donde metemos las palabras o las palabras nos meten a nosotros.TOCARSE O NO. Con Haro no hablamos esta vez de las tecnologías, hablamos del pasado que refleja en su Hijo del siglo (EL PAÍS-Aguilar) y no daba crédito yo a lo que cuenta en él sobre Arias Salgado, padre, y su satisfacción porque la censura hubiera conseguido que los españoles se masturbaran menos. Si insólito me pareció que el pío don Gabriel llevara a sus labios la palabra obscena (tocamientos, decían los curas de la época, y según Vicent, en Valencia, preguntaban a continuación: «¿Con derrame o sin derrame?»), más perplejo me dejó la procedencia de la estadística que daba al ministro de Franco la certeza de su logro: la información le venía de los confesionarios. Francisco Ayala, con la risa sabia de sus 93 años, contó un chiste en el que la digitalización tenía que ver algo con eso que algunos llaman el vicio solitario. Fue Ayala el primer escritor que, hace ya muchos años, me hablara de los beneficios del ordenador para el trabajo de la escritura. Su entusiasmo de entonces era semejante al de Azcona ahora, entusiasta en este trasiego de tiempos en los que íbamos de la España de la calamidad y los confesionarios de entonces a lo que logra un escáner cuando pasas viejos papeles a la nueva y misteriosa vida de un ordenador para llenarlo de mentiras, prodigiosas o no. En el caso de Azcona, prodigiosas. No sé si Aznar emplea ordenadores.

GUIÓN INALTERABLE. Viendo el debate innecesario sobre la realidad de España, y digo innecesario porque lo que bien marcha no admite nuevas preguntas, pensé en Azcona, en su aprecio de la posibilidad que el ordenador te ofrece de rehacer y rehacer un mismo guión, porque tal vez al Gobierno le hubiera convenido transformar el suyo de los días pasados. Juan José Millás, que usa portátiles, pudo haber asesorado a los irresponsables de un guión hecho a piñón fijo: lo malo de agarrarte al papel y no soltarlo, pase lo que pase, es que te lleva a un diálogo para besugos. Y lo peor: que un lerdo nos tome por besugos.

LA MARCHA ATRÁS. En el intento de olvidar el ruido de sus barriobajeras señorías, me metí en el cine: Amor y muerte en Long Island. Un viejo escritor inglés, aferrado a su vieja máquina de escribir, ha de comprar por razones de amor un vídeo y hasta ignora que el vídeo requiere una pantalla. Cuando habla con la persona amada y ésta confunde a Rimbaud con Rambo está a punto de darse por vencido en semejante desencuentro. Termina enviando una carta amorosa por fax y, después, arrepentido, le pregunta al taxista si es posible pedirle al fax que le devuelva la carta. Comprende al fin que la marcha atrás no se contempla en las fatalidades que la tecnología también comparte con nosotros.

TRAMPAS Y ERRORES. En los ministerios hay ordenadores sin eñe -Sanidad- o bien ordenadores con trampas incluidas -Seguridad Social- y en otro habitarán las listas negras del censor moderno. Preso de esta inquietud, leo Celebración del libertino (Visor), de Luis Antonio de Villena, su mejor poesía. Me devuelve al recuerdo de la España que intentó debatirse en el Congreso, de las Españas que retornan o no se fueron nunca. Leo al poeta en un fragmento: «Descansar de España. Matar a la inmortal España... / Sus ministros de espada y voz, sus gobernantes / ahítos de obispalía, su moral imbécil y plana, / su Iglesia maldicente, sagrada y tan estéril... / Temo que nunca cambiará. España ha sido un error».

P. D. Trajes azul marino en los escaños, clónicos diputados, ¿será verdad que Trillo pretende al menos ordenar el vestir de sus bronquistas y pagar de nuestra cuenta sus uniformes de internado?

FOTO DE CONTRASTE

Aquí, una batuta invisible dirigió el gamberrismo censor de la peor derecha. Y como esos de la foto: los verdes europeos protestaron asícontra una directiva que, según ellos, abre la puerta a la biopiratería. La laca de Tocino no resistirá un gorro semejante al de la dama ni el rostro pícaro del pirata admite parangón con un pepero. Tanto humor, sin embargo, estuvo a punto de romper la votación en Estrasburgo. Aquí, quien pudo poner orden sintió no estar abajo, con la bronca.

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