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Tribuna
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Las patadas del hambre

La Comisión Europea con Franz Fischler a la cabeza pretende implantar una reforma en la Organización Común del Mercado del Aceite que, de salir adelante, va a arrasar parte del sector olivarero de Andalucía. Nuestra riqueza va a quedar tan tocada como los huevos, escasamente protegidos, de Doñana. Quieren arrancar 700.000 hectáreas de olivos y si queda alguno va a terminar adornando el palacio de Loyola que, siguiendo el ejemplo de sus mayores, come langostinos en Sanlúcar, imitando a un Fraga cuando se bañaba en calzoncillos en Palomares. Es para una huelga general. Dicen que ha sido un éxito. Peor, un fracaso. Cuando la calle se convierte en expresión de disconformidad permanente de los ciudadanos con su Gobierno central es reflejo de ruptura y desconfianza hacia sus gobernantes. Es lo que hay, aunque lo trate de disimular este Gobierno central porque no se puede comprender cómo es posible que se rechace cualquier conversación con la violencia y se acepte gobernar con quienes siguen dialogando o se apela a la solidaridad entre comunidades para subvencionar los paraos del aceite cuando se potencia únicamente las economías vasca y catalana. Son la enseñanza y la confusión de otros tiempos. Los buenos alumnos han aprendido de aquellos que después de usar el meiba americano ejercían de ministros antes de la Constitución, son también presidentes en la democracia y buscan ahora la jubilación con Gadafi ¡qué más da! Un pueblo en el que parte de su Parlamento se expresa en patadas para evitar escuchar, pocos oídos le queda para oír las tripas de los que, si la reforma de la OCM del aceite sale adelante, harán ruido de hambre. De todas formas siempre queda el recurso de vender olivos en una maceta a turistas y a otros y a estos otros sólo les interesa mandar. Luego se quejan de que el presidente de esta comunidad encabece una manifestación contra e hambre. Esto si es irracional, las patadas del hambre -y las otras- por no querer ni saber negociar con Fischler o por no escuchar, no.

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