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Reportaje:

El gran pulso del V Programa Marco

Un terrible pulso, de resultado incierto, está en curso entre la Comisión Europea y el Consejo de Ministros de Investigación de los Quince. Está en juego el presupuesto del V Programa -Marco de Investigación y Desarrollo Tecnológico que cubrirá el periodo 1998-2002.

La Comisión colocó el tope en 16.300 millones de ecus (2,73 billones de pesetas), es decir, respecto al programa en curso, una progresión muy razonable correspondiente al crecimiento del PIB comunitario que ha aumentado en un 3%. El Consejo, por su parte, se niega a ir más allá de los 14.000 millones de ecus (2,35 billones de pesetas), lo que, teniendo en cuenta la inflación, representa un descenso del 3,5%.

Resulta «inaceptable» para Edith Cresson, encargada de este sector dentro de la Comisión: «Por primera vez en la historia de la Unión, asistiríamos a una regresión en el esfuerzo por la investigación». La posición de los ministros, deplora Cresson, es una «señal negativa» dirigida a los investigadores y a los empresarios del viejo continente, en el momento en que Estados Unidos decide invertir masivamente en la investigación pública.

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Una buena tradición de cooperación científica

Conflicto recurrente

El conflicto no es nuevo. De forma recurrente, los ministros de investigación, aguijoneados por sus colegas económicos, intentan frenar los gastos comunitarios, mientras que, por el contrario, el Parlamento y la Comisión se esfuerzan por desbloquear los medios para una política científica ambiciosa. Pero las posiciones respectivas nunca estuvieron tan alejadas. Tanto, que aún no es seguro que se alcance un acuerdo financiero.

Todos esperan que el calendario fijado, que prevé la publicación de las primeras solicitudes de propuestas para finales de 1998, será respetado, a fin de asegurar el relevo con el programa que concluye. De todos modos, de persistir el desacuerdo, no se pueden excluir unos recortes importantes.

Sin embargo, nadie pone en duda la aportación de la política comunitaria a la investigación europea. Pese a que los medios financieros de que dispone son sólo una gota de agua en los gastos científicos totales de los Quince —apenas el 4% que, de todos modos, los sitúa en el tercer puesto tras el desarrollo regional y la agricultura—, aporta una especie de valor añadido, al permitir alcanzar un tope crítico en unos ámbitos en los que los esfuerzos nacionales no bastan por sí solos y, sobre todo, al acercar a laboratorios y empresarios.

Entonces, ¿por qué las fuertes reservas de algunos gobiernos? "Los grandes países científicos no tienen ganas de financiar la investigación de los países menos avanzados en este ámbito que, proporcionalmente, se benefician más de los fondos comunitarios", declara, poco preocupado en ser diplomático, el ministro francés de Investigación, Claude Allégre, el más virulento entre cuantos se oponen a la Comisión. Un ataque que, en el contexto de la reducción de los déficit públicos encuentra cierto eco en su colega alemán, Jürgen Ruttgers. "¡Falso!" replica Edith Cresson que no comprende "la actitud antieuropea" de su compatriota y ministro.

Pero los ataques más violentos se concentran en la gestión del Programa Marco. Es cierto que la complejidad y la lentitud de los procedimientos siguen siendo obstáculos en ocasiones infranqueables para los candidatos a las subvenciones europeas. La regla de la unanimidad, que será abandonada para el próximo programa, pero que persiste en el actual, favorece pujanzas exageradas y regateos. Así, durante una época, España, al temer un descenso de las ayudas estructurales que, por otro lado, recibe de Bruselas, amenazó con oponer su veto al programa marco. De este modo, la Unión a menudo cedió a la tentación de la dispersión financiera.

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