El reconocimiento a un rebelde
Ayer se les reconoció al Orfeón Donostiarra y al artista Jorge Oteiza con el premio Vasco Universal 1997. Si para todos parecerá razonable la distinción a un coro de voces que ha llegado al centenario, para algunos resultará extraño, y hasta incongruente, que sea concedido a un artista que se ha pasado media vida fustigando a la sociedad dominante. Si se toma la vida entera tan sólo como el dibujo del ahora mismo, quizá sea comprensible lo extraño e incongruente del caso. Sin embargo, si tenemos en cuenta que el hoy está constituido por una suma de ayeres, nada más oportuno que volver la vista hacia el pasado. Y el pasado nos dice que la sociedad de otro tiempo miraba al escultor de Orio como si fuera un apestado. No importaba que hubiera conseguido un premio importante. Para quienes manejaban las cosas de la cultura, aquel premio no contaba, porque ocurrió muy lejos, en Sao Paulo (Brasil), en un año perdido, 1957. Luego estaba la estética de Oteiza, con sus fusiones de sólidos abiertos, la desocupación de la esfera, respiraciones espaciales, unidades livianas, etcétera; demasiado para la pobreza cultural de la mayoría. Al poco tiempo, Oteiza deja de hacer esculturas. Después de mucho pensarlo, pone voz a una determinación: "Mi conclusión en 1958 fue con un espacio vacío puramente receptivo que me dejó sin escultura en las manos". Nadie comprende esa decisión. Ahora podemos comprender su gesto, porque un precedente ilustre lo pone el filósofo Wittgenstein cuando aduce taxativamente: "Las cuestiones no han de ser resueltas, sino disueltas". Pero la sociedad del tiempo de Oteiza no admitía esa postura. Lo tomaron como algo sumamente excéntrico, por demás caprichoso, cuando no una manera de instituir la vagancia como forma de vida. Y lo que ya fue el colmo, sucede unos años después cuando aparecen varios libros escritos por quien fuera en otro tiempo escultor. Tampoco estuvo bien visto por el grueso de la sociedad. Oteiza habla de estética, se introducía en la prehistoria y en los caminos de la antropología y lingüística comparadas. Además con el agravante de meterse con ferocidad contra la sociedad que convivía con él. Por todos lados se le atacaba. Algunos profesores y catedráticos de arte se alistaron al olvido, desprecios y vejaciones infligidos sobre aquel sujeto rebelde y malhablado, tipo cabreante y otros apelativos recurrentes. Se le ninguneó todo lo que pudieron. Incluso se le motejó de falsario incompetente. Todos esos inconvenientes no hacían sino activar en su interior más dosis de beligerancia. Escribía y hablaba para defenderse. No obstante, la verdad se fue imponiendo. Antes de referir los espaldarazos que le llegaron de fuera, advirtamos que, pese a las fisuras contradictorias y errores, que no ocultamos sea poseedor, también cabe consignar que Oteiza supo verse en el corazón roto de todas las cosas. Se identificó con ellas. Vivió profundamente la miserabilidad que comportaban, hasta escuchar el eco de lo que de esperanzador había en ellas. Podemos argüir, justamente por esto, que si Oteiza ha podido llegar hasta nosotros como un diamante, y a veces como un diamante áspero, violento, de rostro variable, es porque tuvo los arrestos necesarios para ser ceniza. Los tres espaldarazos internacionales en torno a Oteiza son concretos. En 1996, le conceden en París el Premio Pevner, a toda una vida como escultor. Es como si entrara en el recinto de las últimas vanguardias. Ya es un miembro de la estirpe de los Kandinsky, Mondrian, Pevsner, Gabo, Malevich, Moholy-Nagy, entre otros. En 1997, Oteiza tiene dos encuentros, por separado, con dos personalidades del mundo del arte y la arquitectura. El escultor norteamericano Richard Serra dice ser un gran admirador de Oteiza. Le señala como el mejor escultor vivo del mundo. Un mes más tarde, en el encuentro con Frank Gehry, el creador del Guggenheim, el estadounidense, además de confesar su admiración por Oteiza, dijo que para él el escultor vasco era como Le Corbusier y como Picasso. Sospecho que sobran más comentarios, salvo agradecer a quienes tuvieron en cuenta el nombre de Oteiza para este premio. Lo mismo decimos para lo concerniente al Orfeón Donostiarra. Para todos los galardonados una cálida felicitación.
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