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DESASTRE ECOLÓGICO

Un hervidero de vida amenazada

El parque nacional esquivó el vertido, pero grandes zonas del parque natural han perdido ya su riqueza

Javier Sampedro

El Parque Nacional de Doñana -de momento a salvo de la riada tóxica- está rodeado por las zonas del Parque Natural, de menor protección pero de gran valor ecológico. Las declaraciones políticas de estos días han hecho hincapié en que «se ha salvado Doñana», refiriéndose sólo al Parque Nacional. En efecto, ésta es la zona de máxima atención: una parte sólo admite visitantes de forma restringida; por otra sólo se puede ir a pie, y siempre personas relacionadas con el parque; y en la tercera sólo pueden entrar los científicos. El Parque Natural, en cambio, es de libre acceso, y tiene carreteras rodeadas por un paraje excepcional. Sus aguas alimentan al meollo de Doñana. La región norte del Parque Natural, en la provincia de Sevilla, ha sido la más afectada. En Aznalcázar y Villamanrique de la Condesa (ambas en esa zona norteña), las masas forestales de pinos y alcornoques dan cuerpo a un hábitat muy atractivo para las águilas imperiales y reales, entre otras aves rapaces. Pero también en esos términos municipales abundan las marismas, a veces modificadas como cultivos, y sus aguas ramificadas y complejas son el principal alimento hídrico del Parque Nacional, situado justo al sur. De ahí la gran preocupación por la evolución de los vertidos.

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«Menos agua para el parque»
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«Años de efectos silenciosos»

Otro problema temido por los expertos: tanto en verano como durante los inviernos de sequía, las aves del Parque Nacional suelen acudir a esta zona norte.

El Parque Nacional, por su parte, es una inmensa llanura que no logra alzarse ni diez metros sobre el nivel del mar a lo largo de sus más de 50.000 hectáreas. Esa escasa estatura define muchas de sus peculiares propiedades, pues lo convierte en el escenario de una verdadera batalla entre el flujo río arriba provocado, en un bando, por las mareas del Atlántico; y en el contrario, por un Guadalquivir bifurcado, de cursos múltiples y muy alterados por la mano humana, que intenta penosamente llevar sus aguas a Sanlúcar de Barrameda.

Los romanos consideraban a esta zona «lago» (el lago Ligur, o Lacus Ligustinus), lo que da una idea de la facilidad que tiene para inundarse. El recuerdo de aquel lago vienen a ser las actuales marismas, que constituyen casi la mitad del parque.

El gran interés de Doñana se debe a la infinidad de especies animales que acoge, algunas en permanente peligro de extinción. La más célebre, en parte por esta triste razón, es el lince ibérico, el felino más amenazado del mundo. También viven en la zona meloncillos, jinetas, zorros, gamos, tejones, comadrejas y una mareante variedad de aves de gran valor. Y no sólo hay que contar a los de casa. Doñana constituye la residencia de invierno de más del 80% de las aves migratorias que vienen del norte de Europa hacia África.

La desembocadura del Guadalquivir, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), es también parte de Doñana, y a sus peces irán a parar los metales pesados. El Ayuntamiento teme que la marea ácida, que ayer se encontraba a ocho kilómetros, afecte a la actividad pesquera en toda la desembocadura, informa Antonio Hernández-Rodicio. El alcalde, Agustín Cuevas (PSOE), está seguro de que «si bien se ha salvado la zona más sensible, los vertidos van a tener graves consecuencias para el entorno». El Guadalquivir se lo lleva todo, pero también guarda las cicatrices.

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