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De la obsesión a la normalidad

La única referencia que tenía la profesora del aula de tres años sobre el sida cuando la directora de su colegio, un centro privado situado en un pueblo del País Vasco, le informó de que uno de sus alumnos estaba infectado por la enfermedad, era el conflicto surgido meses antes en Durango con otro chaval. María, un nombre ficticio que oculta la identidad de la profesora para proteger al alumno enfermo, recuerda que era un tabú que se vivía como una amenaza para el centro "Sufrí una presión terrible. Fue peor soportar sola las advertencias de la junta directiva, no poder decírselo ni siquiera a las otras dos compañeras de ciclo, que asumir que el niño estaba en el aula", recuerda. "Lo pase mal, mal, muy mal. Era una gran responsabilidad, una obsesión que necesitaba compartir con alguien", asegura la profesora 11 años más tarde. Recuerda que durante su larga experiencia en la enseñanza no le habían preparado para enfrentarse al estrés que le provocó la presencia del niño en la clase. "Con los pequeños hay que tener mucho cuidado, se caen, se hacen pequeñas heridas, se muerden. Dependen totalmente de ti", dice María. "Tuvimos que empezar a utilizar guantes y lejía para evitar riesgos". La junta directiva compartió la información sobre la situación del pequeño. "Aprendí a marchas aceleradas todo lo que tenía que saber sobre el sida para convencer a los padres que estaban en la junta de que no había riesgos de contagio", cuenta una de la profesoras que formaba parte de la dirección. La normalidad con la que discurrieron los primeros años de escolarización del niño se sujetaba con alfileres. Las profesoras creen que la ausencia de conflictos fue producto de una sucesión de casualidades. "Había partidarios de sacar a la luz el problema", explica una de ellas, "pero nos pareció mejor respetar la confidencialidad". En aquellos tiempos, las reuniones se sucedían cada pocos días. "Al principio era un bombardeo por todos los sitios. Ibamos al centro de control del sida, nos reuníamos con otros profesores en la misma situación y con los médicos, acudía a todas las conferencias sobre el tema. El primer curso todo el mundo ofrecía ayuda, pero como no ocurrió nada anormal, poco a poco se fueron olvidando". La situación ha evolucionado y los cambios son evidentes desde hace tiempo. Ahora sólo se celebra una reunión de contacto de profesores y médicos al año y las medidas higiénicas se ha hecho cotidianas. De hecho, "nos hemos acostumbrado a llevar un par de guantes en el bolsillo", admite. Cuando el problema llegó al colegio, la esperanza de vida de un niño enfermo de sida era de siete años. El ex alumno de María ya ha doblado esa edad y es uno más en el colegio, un deportista nato, hiperactivo y decidido, aunque su rendimiento escolar es bajo. Su tutora cree que se podría romper el pacto de confidencialidad y asumir con normalidad que padece una enfermedad crónica, que ya no necesita estar protegida por el secreto para evitar discriminaciones. "Estoy convencida de que la mayoría de las familias lo saben", asegura su profesora.

Más información
Las nuevas terapias elevan a 51 el número de niños con sida escolarizados en Euskadi. Los niños con sida escolarizados en Euskadi han aumentado de 24 a 51 en los últimos cinco cursos

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