La reforma de la reforma
Tras la euforia provocada por el debate de la reforma educativa, en general, y la reforma de las humanidades, en particular, parece como si el acuerdo hubiese consistido en aplazarlo todo en busca de tiempos mejores. Pero lo que se ha logrado es que aquella comisión del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) aumente con la incorporación de más expertos de todas las comunidades con competencias transferidas, y que la presida todo un ex ministro de Educación: Juan Antonio Ortega y Díaz-Ambrona.No se trata de prejuzgar un trabajo que estará empezando. Sólo de preguntarse: ¿cuántos de todos esos especialistas dan clase ahora, en la ESO, y conocen directamente la realidad que encierra una clase de 30 o más alumnos, de 14, 15 o 16 años, con múltiples inquietudes, niveles y adaptaciones Individuales? ¿O son expertos que conocen la tarea educativa desde los despachos de las distintas administraciones (direcciones y delegaciones provinciales, centros de profesores) a los que, nadie lo duda, llegaron por méritos adquiridos durante años en antiguas aulas? ¿Tendrán en cuenta que los Jóvenes de hoy no se parecen a los de hace una década, cuando las expectativas, la influencia televisiva, y no sólo televisiva, con su carga de agresividad, violencia e intolerancia se presentaban de otro modo? ¿Sospechan los miembros de esta comisión, algunos de ellos profesores universitarios, que una gran parte de nuestros alumnos de primaria y secundaria no encontrarán nunca en la Universidad su futuro?
Afortunadamente, el campo de las ciencias sociales admite menos que ningún otro puertas o limitaciones. Nadie conoce las conclusiones a las que se llegará, pero recordemos cómo, con Franco todavía vivo, obras de Marx, Louis Althusser o Martha Harnecker se convirtieron en textos universitarios y cómo, lamentablemente, perduran algunos quintanas en nuestros colegios e institutos.
En definitiva, la mayoría de los profesores seguirá intentando que los alumnos aprendan a valorar, con sus diferencias, Las meninas y el Gernika; aprecien la lectura de un buen libro; entiendan lo que leen; se expresen medianamente bien y reflexionen sobre la españolidad de Séneca, Averroes o Chindasvinto. Objetivos propuestos con el BUP de la Ley General de Educación o con la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE), aunque la diferencia, que no es poca, radica en que antes el sistema educativo escolarizaba a una parte de los jóvenes y ahora hay que atender a todos, con todas sus desigualdades, y asumir responsabilidades propias de otros ámbitos, como Asuntos Sociales o Trabajo.
La Administración confía, cuando le interesa, en la profesionalidad de los enseñantes. Pero a veces los abandona a su suerte, que se las arreglen como puedan, en centros sin medios, con enredos burocráticos; ante toda una serie de cambios, cuyo éxito es exclusivo de los gobernantes.
En otros lugares, modelos nuestros muy a menudo, comprobamos que empiezan a corregir errores como los que ya se detectan aquí. Vuelven a descubrir que la enseñanza se debe convertir en algo deseable social y culturalmente. Y para opinar, o legislar, hace falta conocerlo, y valorar todo lo que hay en juego, con sensatez y sentido común. Sin utilizar las humanidades, y la educación, como terreno de batalla político -electoral, porque entonces habrá que citar a Antonio Muñoz Molina cuando afirmaba que "a estas alturas terminales del siglo ya no sabe uno de qué hay que tener más miedo en la vida pública, si del ceño de los malvados o de la sonrisa y la risa de los tontos".
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