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Excepción

Hay en circulación común mercancías no comunes, que conforman una oferta de excepciones achicadas a norma por el rasero de la dictadura del mercado. La ambición de acabar con esta anomalía sigue viva, pero guardada: bajo siete llaves por quienes no la quieren al aire, pues su verdad es tan de cajón que hace trizas la ideología sin ideas del capitalismo salvaje en boga. Los franceses acuñaron la idea de diferenciar el mercadeo de películas aplicando a estas la condición de excepción cultural y así dar, legislando su distinción, amparo al cine europeo contra la voracidad hollywoodense, alimentada por nuestra caverna casera. En Francia se han movilizado los viejos corredores de fondo en esa lucha, que se reunieron hace unos días en París, alarmados ante otra oleada de regates de los vendedores de cine americanos, que quieren acabar como sea con esa excepción cultural en Francia, único país donde se aplica, aunque tímidamente. Les preocupa que resista como fuego sagrado y prenda en el resto de Europa.El año pasado hubo aquí buena cosecha de cine y repicaron las campanas de los políticos de turno, que se proclamaron sus sembradores, cuando no habían echado en tierra un grano. Fue una autocondecoración penosa, a la que el paso de unos meses ha desvelado la trampa, ya que la cosecha de este año, pese a aquellas lluvias de buen augurio, se anuncia mala, y quienes se felicitaron por el éxito de 1997 buscarán fuera de casa culpables del fracaso, si se produce, de 1998. Y hay explicaciones de qué cosas contribuyen a esta vuelta del revés del bolsillo, desde el racaneo de productores que no dejan entrar en su negocio al riesgo hasta, y sobre todo, la funeraria función que tiene en el asunto la televisión pública.

Es probable que haya factores agolpados, pero en lo relativo a TVE la cosa parece tan gruesa y evidente que ronda los arrabales de la delincuencia cultural. Por ejemplo, y para ver ese grosor, me contaron que aquel indignado plante que la gente del cine hizo a Pilar Miró cuando era directora de TVE obedecía a que se propuso bajar la aportación al cine de nuestra (es un decir) televisión pública. Pues bien, aquel recorte era del 3 o el 4 % de una aportación de TVE cifrada entonces por encima del 20 % del volumen del negocio cinematográfico español, mientras que ahora su participación ronda toda ella en alrededores de 2% de ese volumen. De ser cierta esta asoladora cifra de acogimiento (en rigor, de exilio) del cine español por TVE, sería una de esas evidencias que esconde el rincón más oscuro del baúl de las vergüenzas, pues quien tiene en su destino ser el mayor cliente de cine español parece querer llevarlo a la agonía, lo que malhuele a genocidio (o, más exactamente, a suicidio) cultural.

Se veían venir baches como este (y más y peores que vendrán) que ahora asusta al cine español, desde que el secretario Cortés, nada más tirar por los suelos su credibilidad con aquel chiste de que los 13 años de gobierno socialista eran los más nefastos del cine español, remató su disparate con otra frase menos chistosa pero mucho más grave, que sonó a primavera en los oídos californianos, y ante la que pocos se detuvieron a ver que escondía, aunque ahora se destapa como mamá del cordero. Dijo Cortés que no interesa aquí la excepción cultural. ¿A quién no interesa? Será a los peones de Hollywood a este lado del Atlántico. Pero a quienes si interesa es a quienes hacen o aman el cine europeo, que van cayendo en la cuenta de que sus tropiezos son todos en la misma piedra: ausencia en el mercado europeo de esa excepción, una ausencia que abre las puertas a la dinámica colonizadora de Hollywood, mientras a cambio éste nos cierra a cal y canto las suyas. Y no digo que no vengan aquí las cuarenta o cincuenta buenas películas que hacen allí cada año, sino que como espectador me humilla que vengan las 300 o 400 memeces restantes, basura que hemos de tragar toda y con embudo, pues casi copa las redes de exhibición europeas, salvo en Francia, donde se tienen respeto a sí mismos. Aunque ahora también han saltado allí alarmas y, con algún deje pesimista, los políticos han vuelto a desenvainar la idea de excepción cultural, única arma que devana este maldito embrollo.

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