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Un Gobierno asentado

Josep Ramoneda

Predomina en la opinión, tanto en la pública (según dicen las encuestas) como en la publicada, que el PP tiene asegurada por lo menos una legislatura más. Los argumentos más comunes sobre los que se funda esta impresión son la bonanza económica, la excelente nota obtenida en el examen del euro, el vía crucis judicial de los socialistas, el asentamiento de la figura de Aznar y cierta tendencia conservadora o continuista del electorado español. Enumerados de carrerilla estos argumentos componen un buen salvavidas para el Gobierno del PP. Pero, tomados uno a uno, no son tan evidentes.La buena marcha de la economía es la baza fuerte de la apuesta. Naturalmente, entre los criterios macroeconómicos y la vida cotidiana de los ciudadanos hay un abismo, pero dado que en buena medida la economía es también un estado de ánimo, el optimismo político-mediático produce efectos contagiosos en la opinión. Las perspectivas del Partido Popular sólo tienen dos puntos negros: que en tiempos de optimismo económico la gente tiene menos miedo al cambio (el pánico es conservador) y que falta por ver cuánto tardará en hacerse perceptible el sesgo desigualitario de la política económica del PP.

El examen del euro da la impresión de que políticamente ya estaba descontado. El intento del PP de capitalizar el éxito no le ha favorecido: la ciudadanía no cree en milagros. Por sentido común, si se ha podido pasar el examen es porque la herencia no debía ser tan horrorosa como se pretendió. La importancia del examen ha quedado relativizada cuando se ha visto que todos los que querían entrar, excepto Grecia, que siempre había sido considerada un caso imposible, entraban. Los aprobados generales no dan prestigio ni currículo.

Las próximas citas judiciales en las que se irán saldando las responsabilidades por los GAL y por la corrupción del periodo socialista evidentemente no favorecen al principal partido de la oposición. Pero no todo son dividendos netos para el PP. Primero, porque está apareciendo un rosario de corrupciones y corruptelas en comunidades, diputaciones y ayuntamientos peperos que tienen en común una cierta concepción patrimonial, caciquil y familiar de la política. Habríamos pasado de la corrupción ideológica del PSOE (somos los buenos, por tanto todo nos está permitido porque el mal no va con nosotros) a la corrupción orgánica del PP (la política como una prolongación de lo privado y de lo familiar). Y segundo, porque un gobierno que realmente quisiera cambiar las cosas no cimentaría su fuerza sobre las corrupciones del adversario sino sobre una renovación democrática que no se ve por ninguna parte. Dejemos aparte la expresión "asentado", escogida por los populares para definir el liderazgo de Aznar, que corresponde a un lengua je predemocrático.

Creo que hay una cierta tendencia a confundir el control de los resortes del poder con el liderazgo político. Es cierto que Aznar se ha he cho con los mecanismos de poder que la presidencia otorga. A veces los ha usado con habilidad, como por ejemplo para neutralizar al nacionalismo catalán. Pero otras veces ha abusado de ellos, como ha ocurrido en el ámbito de los medios de comunicación. Este control resuelve problemas de mando (y ayuda a alimentar el temor del poder), pe ro no es ninguna garantía a la hora de convocar a los ciudadanos a las urnas. El liderazgo político requiere algo más que saber pulsar los botones del poder, requiere crear lenguaje político y hacer llegar a la gente un proyecto y una motivación. Y éste ha sido un déficit constante del liderazgo de Aznar.

Entre las herencias del franquismo, ha quedado un cierto temor a echar a los gobernantes del poder. González y Pujol han sido los ejemplos más llamativos de unas largas permanencias que desafían al tiempo político. Pero han sido liderazgos carismáticos. Inaugurado por Aznar el periodo de los políticos sin atributos precisos, es posible que la ciudadanía se resista menos a cambiarles.

Las primarias socialistas han generado inquietud -y malos modos- en el PP. Puede que los propios socialistas les resuelvan el problema estropeando el juguete democrático que han puesto en circulación. Pero, de momento, tal es la inseguridad de los populares ante el inesperado baño mediátIco que se ha dado el PSOE, que ya se encomiendan a la sentencia del caso Marey para rehacer el camino perdido.

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