Mala política, buena ciencia
Casi al mismo tiempo que el Rey pedía apoyo social para la ciencia durante la entrega de los Premios Nacionales de Investigación y uno de los galardonados criticaba la persecución de una aplicabilidad inmediata en perjuicio de la ciencia básica, un grupo de científicos sevillanos publicaba en la primera revista del género lo que puede significar una vía revolucionaria en el tratamiento de la enfermedad de Parkinson. El descubrimiento posee la belleza de lo aparentemente sencillo y la elegancia de un diseño impecable, y supone una muestra clara de que la investigación acerca de las propiedades y el comportamiento de las moléculas biológicas puede llevar no sólo a la comprensión de las funciones corporales, sino también a la mejora de las mismas una vez que se tornan deficientes como consecuencia del deterioro estructural. El camino recorrido por los autores hasta llegar a este punto es un ejemplo espléndido de que la vía más adecuada para hacer un determinado descubrimiento no es, necesariamente, la que parece más corta, ni la más generosamente financiada, ni siquiera aquella en que se concentran los esfuerzos de múltiples y poderosos laboratorios. El desvelo de los misterios naturales requiere paciencia y buen hacer y, tal como sucede al hallazgo poético, surge con cierta independencia de los deseos, en el momento en que la inspiración encuentra al investigador trabajando cada día con la técnica adecuada, con el rigor como instrumento, y a través de una apuesta decidida por la calidad de su trabajo.Si para el Gobierno la investigación científica fuese realmente una cuestión de Estado, como ha entonado la ministra, debería intentar comprenderla. El descubrimiento que se menciona no ha ocurrido en un instituto especializado, sino en un pequeño laboratorio de una universidad pública, castigada, como todas, por vicios endogámicos y en la que la rigidez del sistema de contratación y la influencia de una sindicalización de tonos amarillos habrán aletargado definitivamente las plantillas, mientras que la utilización perversa de criterios monocolores en los diseños presupuestarios habrá producido importantes desvíos en el uso de fondos que, siendo inicialmente generados por la propia actividad investigadora y destinados a cubrir el gasto ocasionado por la misma, pueden acabar dedicados a la organización de juegos florales, o tozudamente divididos por el número de estudiantes en el distrito académico o la cuarta potencia del total de áreas de conocimiento.
La buena ciencia, sin embargo, está ahí, en el número de febrero de la revista Neuron, un número en el que cuatro artículos -el 30% de su contenido- están firmados por españoles, lo que otorga verosimilitud al buen augurio emitido también por la ministra acerca de las "crecientes expectativas para la comunidad científica española". Pero, más allá de su propia pujanza y de lo que pueda haber de superación progresiva de ciertas creencias seculares, no se detectan acciones políticas que la favorezcan. Tampoco que la sociedad. civil, tan escasamente cómplice del interés general de estos asuntos, sea capaz de prestar ese apoyo que solicitaba el Monarca. Lamentablemente, en las universidades españolas hay un pacto no escrito que garantiza la geriatrización homogénea de su personal, lo que constituye un obstáculo insalvable para cualquier impulso endógeno de regeneración, por no mencionar los permanentes equilibrios al borde de la prevaricación en el enrevesado mundo de los concursos. Con lo que los atisbos de buena ciencia pueden agotarse en pocas generaciones, tal como sucede con la casta en los toros de lidia.
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