Aznar en América y libre examen
El presidente Aznar en América y nosotros al cuidado de Alvarez Cascos. Aznar viaja con la buena nueva y las inversiones frente a tantos malos ejemplos que otras veces hemos dado. Por ejemplo, instruyendo a los oficiales iberoamericanos en pronunciamientos autoritarios y en golpes de Estado. Por eso, ahora que la Monarquía parlamentaria plasmada en la Constitución de 1978 ha resuelto el problema militar debería hacerse algo por compartir las soluciones alcanzadas con los países de nuestra estirpe. Era constante el ir y venir de oficiales a uno y otro lado del Atlántico para adiestrarse en lo peor en las aulas de las escuelas de guerra que propugnaban aquellas doctrinas de la seguridad nacional concebidas para el respaldo de todos los autoritarismos. Todo eran intercambios de éxperiencias respecto a los planes de contrainsurgencia, exterminio de oponentes, guerras de baja intensidad y operaciones antiguerrilleras o antiterroristas. Cambió el ambiente, las dictaduras fueron dejando paso a regímenes democráticos y las nuevas experiencias dejaron de compartirse.Siempre se aplazó, por ejemplo, el contacto con la Comisión Sudamericana de Paz y Seguridad que impulsada por Juan Somavía pretende enel ámbito de cada país una reconversión del papel asignado a las Fuerzas Armadas en las nuevas situaciones democráticas y hacer una adaptación al subcontinente de los Acuerdos de Helsinki suscritos en Europa para encauzar así a través únicamente de soluciones negociadas los conflictos de fronteras que aún persisten allí. La Comisión trata de eliminar la perspectiva de la enemistad permanente que domina a los Estados Mayores de los países limítrofes y se esfuerza en sustituirla por la definición de misiones basadas en la cooperación entre países. De esta forma sé mejorarían las capacidades para garantizar a los Estados Iberoamericanos el control auténtico de los espacios terrestres, aéreos y marítimos que les son propios. ¿Tiene sentido que todavía el enemigo principal de Chile sea Argentina o el de Perú sea, Ecuador o que Bolivia no tenga resuelta su salida al Pacífico y así sucesivamente?
España ha hecho su Transición, pero todos sabemos que no hay modelos terminados exportables que puedan tener validez en otros climas y bajo otros supuestos. Lo que sí pueden intercambiarse son experiencias más o menos iluminadoras sobre el ambiente preciso en el que determinados conflictos o problemas encuentran más fácil solución. Aquí el General(ísimo) Franco pensó que el Ejército era suyo y se atrevió a ofrecerlo como garantía de pervivencia de un régimen ligado a la caducidad de su propia vida. Por eso Franco acuciado por quienes demandaban continuidad dijo aquello de "todo quedará atado y bien atado bajo la guardia fiel de nuestro ejército". Pero falló la premisa principal. Ese ejército que Franco denominaba nuestro con una carga de compromiso político de bando vencedor en una guerra civil y al que convocaba para seguir manteniendo siempre a raya a los derrotados y sus herederos, prefirió convertirse en el Ejército de España y cambió al alza sus lealtades, que en adelante lo fueron cada vez más con los valores constitucionales que presiden la convivencia de sus conciudadanos.
Como sucedió en España, algunos de los grandes países de América estan todavía atravesados por conflictos propios de los procesos de transición cumplidos desde los regímenes militares a las nuevas democracias. Y muchos de esos conflictos se han enredado con leyes de punto final y con invoca ciones a la obediencia debida, bajo las cuales se han querido eliminar los rastros de cualquier responsabilidad. Esas tapaderas desaparecieron aquí al promulgarse en 1978 las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas a tenor de las cuales "cuando las órdenes entrañen la ejecución de actos que manifiestamente sean contrarios a las leyes... ningún militar estará obligado a obedecerlas" y en todo caso "asumirá la grave responsabilidad de su acción u omisión". Estos preceptos, que eran ya norma en todos los ejércitos aliados después de Nüremberg y eran vistos como grave amenaza a la disciplina, suponían algo así como la prescripción del libre examen en la lectura de la Biblia, práctica que lejos de agostar el cristianismo contribuyó a vivificarlo.
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