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Todos ganan

Pocos acontecimientos de la escena internacional en los que el éxito haya sido tan clamoroso; pues, si bien cabe señalar con suma facilidad a los ganadores, no así a los perdedores. Son casos excepcionales que transmiten la impresión de que todos ganan y nadie pierde. Logro que al no encajar en el modelo explicativo más frecuente, que suele juzgar el evento según beneficie a unos y perjudique a otros, termina por levantar la sospecha de que algo falla en el análisis. Empero, pocas veces, como en la reciente visita del papa Juan Pablo II a Cuba, se impone una lista tan larga de beneficiados, sin que se detecte un solo perjudicado que previamente no hubiese sido derrotado por otras causas.El viaje del Papa ha constituido un triunfo, en primer lugar, para la Iglesia católica de Cuba y, con ella, para la Iglesia universal. El catolicismo cubano se encontraba en situación casi terminal. Encerrado en los templos, sin presencia en las escuelas ni en las instituciones, sin medios de comunicación propios ni acceso a los estatales, sin que se le permitiera ni siquiera salir a la calle, contabiliza unos 150.000 fieles practicantes que disponen de 13 obispos, unos 250 sacerdotes y unos cuantos cientos de miembros de las órdenes religiosas en una población que sobrepasa los 10 millones de habitantes.

La debilidad del catolicismo cubano no es un fenómeno nuevo. Desde la independencia su influencia real sobre la sociedad cubana no ha sido grande, sobre todo entre los sectores populares, en competencia con las formas religiosas sincréticas de origen africano. En el Caribe se da un fenómeno sociológico harto peculiar: es pequeño el prestigio de la Iglesia en la costa, y no sólo donde priva el componente africano; en cambio es mucho más fuerte en las tierras altas, con predominio del mestizaje indígena.

Esta languidez congénita de la Iglesia cubana aumentó exponencialmente en las condiciones impuestas por el régimen castrista, máxime cuando el ateísmo era ideología oficial del Estado y nadie que quisiera hacer carrera podía permitirse el lujo de confesar su fe. Tendencias que cristalizaron en el hecho de que la mayor parte de los creyentes, que se agolpaban en las clases medias urbanas, abandonaran la isla en las sucesivas oleadas emigratorias. El católico practicante, por su origen social y forma de pensar, ha configurado durante decenios el tipo medio del emigrante político, hasta el punto de que una buena parte del catolicismo cubano se halla hoy en el exilio. Acercarlo al del interior, como primer paso de una reconciliación nacional, ha sido también un objetivo, de ninguna manera desdeñable, del viaje papal.

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Para poder calibrar lo que realmente ha significado el viaje del Papa para la Iglesia cubana, una auténtica revolución libertadora, hay que tener muy presente la situación casi agónica en que se encontraba. Por unos días a la Iglesia se le ha permitido una presencia masiva en los medios y en la calle, reuniendo a cientos de miles de personas a todo lo largo y ancho del país, hasta en la misma plaza de la Revolución, en la que el Sagrado Corazón contrastaba con la efigie del Che, el santo laico de la revolución. El clero cubano, al enjuiciar la visita del Papa, habla de "milagro" y se queda corto. La Iglesia ha escenificado de manera espléndida su vuelta triunfal a la luz, sin que quepa la posibilidad de que sea expulsada de nuevo a las tinieblas anteriores: el régimen es ya demasiado débil, sin fuerzas ni siquiera para intentarlo.

Con la visita del Papa la Iglesia, como institución del Estado, ha logrado recuperar un espacio propio en la sociedad, y no hace falta explicitar todo lo que esto ha de suponer a medio plazo. En la diarquía poder temporal y eclesiástico, Emperador y Papa, se halla el germen del que nacieron las libertades. El Estado revolucionario, simplemente para poder seguir en pie, se ha visto obligado a renunciar a considerarse un todo que todo lo controla, totalitarismo que después de la caída del bloque socialista ha resultado económicamente insostenible. Los imperativos más elementales de sobrevivencia hicieron insoslayable que se iniciase un proceso de reparto de parcelas de poder. Se empezó cediendo a la inversión extranjera, que fue la primera que se coló por la puerta de atrás, acudiendo a financiar al hasta entonces tan denostado turismo; y los españoles sabemos lo que esta actividadsupone para la apertura de un país. Se transigió luego con las remesas de dólares del exilio, autorizando en 1994 la libre utilización de esta moneda, con todas las dinámicas sociales que ha puesto en movimiento, para, al fin, con la visita del Papa otorgar solemnemente a la Iglesia católica en una gran fiesta popular su parcela de poder social, de que gozarán también otras comunidades religiosas y, paso a paso se extenderá a otros grupos económicos, sociales y políticos. Desde esta perspectiva no se vislumbran a medio plazo más que ganadores.

El Papa ha venido a ratificar un proceso, comenzado hace unos años, para asegurarse su porción de poder -maravilla la capacidad de negociación de la diplomacia vaticana, así como el impacto que ha producido en un pueblo desconcertado, que pelea día a día por satisfacer las necesidades más apremiantes-, pero también para cumplir, como contrapartida, con su compromiso de echar una mano a un régimen caduco sin otro objetivo que aguantar lo que pueda. Y a este respecto el éxito también ha sido impresionante. Fidel Castro ha ganado lo que más necesita en este momento, reconocimiento y legitimidad ante su pueblo, ante la América cercana, la del norte y la latina, en fin, ante todo el mundo.

"Que el mundo se abra a Cuba y que Cuba se abra al mundo". El lenguaje diplomático, tan cercano del ideológico, ha jugado al Papa una mala pasada, al obligarle a cometer el "error" que el arzobispo de Santiago de Cuba reprocha al castrismo, confundir el régimen con la patria. Porque lo que el Papa pide es indudablemente que el castrismo se abra al mundo y pierda rigidez ideológica y, sobre todo, que respete los derechos humanos, así como que el mundo se abra al castrismo, es decir, muestre su disposición a negociar con Fidel Castro, mensaje dirigido en especial a Estados Unidos y al exilio cubano. Porque sin esta traslación de sentido, la frase sería tan hueca como innecesaria: el mundo está abierto a Cuba, por la que en todos los continentes muchos sentimos cariño y admiración, y, desde luego, Cuba al mundo, hasta el punto de que los cubanos sólo sueñan con poder escapar de la isla para visitarlo.

Y, por último, y es lo esencial, el viaje ha sido provechoso para el pueblo cubano. Ganancia mínima, pero en todo caso ganancia, es haber recuperado las fiestas navideñas y gozado de unos días de ocio y espectáculo. Ganancia mayor es haber conseguido la liberación de un montón de presos políticos. Toda concesión que haga el régimen -y no puede marchar por otro camino- se pondrá en relación con la visita papal. En suma, para los que apuestan por una transición gradual y negociada hacia la democracia, el viaje representa un gran triunfo, al que se apuntan, junto con la Iglesia, una buena parte del pueblo cubano y la opinión pública latinoamericana y europea. El viaje del Papa se ha convertido en el mejor argumento para una transición pactada que no dejará de tener su efecto tanto entre el exilio de Miami como en el Gobierno de Estados Unidos.

Ignacio Sotelo es catedrático excedente de Sociología.

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