Un espacio de vida
"Amor y poesía cada día". Con este lema en el que Juan Ramón Jiménez cifró el significado de la literatura en su vida, me saludó Luis María Anson el día en que nos presentaron. Para brindarme su amistad añadió unas palabras del ciceroniano De amicitia y, sin darse ni darme respiro, enhebró versos de san Juan de la Cruz y de Alberti, de Neruda y... Pensé en aquel momento que podía tratarse de ese repertorio habitual de citas con el que, quien más quien menos, todos nos adornamos en ocasiones. Pronto, sin embargo, comprobé que el suyo no sólo era muy amplio sino que, lejos de constituir un muestrario de ornato social, configuraba un espacio de vida.( ... )No puede sorprendernos, señores académicos, que Luis María Anson, quien, según me consta, pensó elegir como tema de su discurso una reflexión sobre el periodismo, haya terminado cediendo a su querencia más íntima y lo haya hecho del modo que le resulta natural. Acabo de calificarlo de letraherido y, al hacerlo, pensaba en aquella confesión unamuniana que muchos, aunque en grado más humilde, podríamos sentir nuestra: "La palabra me tortura /y no hay cura". Hay, en efecto,versos que a los amantes de la poesía nos acompañan como sombras acogedoras y recuerdos gustosos; otros que irrumpen de improviso para iluminar una circunstancia cualquiera que ellos alzan a sentido trascendente, o para reclamar con apremio la interpretación de su propio signíficado. Son los vecinos de nuestro espacio imaginario familiar.
Luis María Anson nos ha descubierto los que en el suyo habitan bajo el lema juanramoniano de "Amor y poesía cada día". Van de los clásicos latinos a los orientales; del anónimo autor medieval de una jarcha a cualquiera de los jóvenes poetas españoles de hoy. Tomando savia de ellos, su pluma ha sabido dibujar en el mejor estilo periodístico una galería de retratos cuyos apretados perfiles, de firme trazo, experimentan la esencia de su pensamiento lírico. Como en un juego de espejos sabiamente manejado, los puros destellos de los versos han ido proyectando diversos reflejos de la vivencia amorosa en el tiempo y en el espacio. De seguro que, al hilo del discurso, cada uno de nosotros, señores académicos, ha ido contrastando preferencias y lecturas. De gustos hay mucho escrito, y, por lo que a interpretaciones hace, todo poeta que lo es de verdad aspira a que su palabra, sólo una voz que clama en el desierto, llegue a convertirse en selva sonora irisándose, gracias a los lectores, en múltiples voces y sentidos.
Permítidme un solo ejemplo. Luis María Anson, que ha dedicado muchas horas -algunos de vosotros habéis sido testigos e interlocutores- a discutir la fijación del texto y la significación última del formidable poema Amor constante más allá de la muerte, piensa que este soneto quevediano condensa "la idea del hombre cristiano, católico occidental". Y es verdad que Quevedo lo era a machamartillo. Pero entonces se vivía en la literatura y, girando las facetas del diamante hacia esa luz, me pregunto si no cabe, y hasta si no se nos impone, otra lectura. ( ... )
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