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El embargo

Desde hace años, en la Asamblea General de Naciones Unidas se aprueba una moción pidiendo que Estados Unidos ponga fin al embargo de Cuba. En la reciente reunión en Roma del sínodo latinoamericano, la Iglesia ha incluido la misma demanda. Después de tantos años, nadie entiende que se siga manteniendo una medida de presión que ha servido tan sólo para sustentar el poder omnímodo de Castro.El 21 de octubre de 1960, recurriendo a los viejos métodos imperialistas de la "política del bastón" se intentó domeñar a una revolución exultante. Empero, castigar con 10 años de cárcel el comercio con Cuba sólo consiguió arrojarla en los brazos de la Unión Soviética. Precisamente, lo que más temía y, desde una comprensión menos arrogante y más realista de sus intereses, lo que hubiera tenido que evitar a todo trance el coloso del Norte. Sin el apoyo soviético no hubiera podido arraigar una dictadura, a la vez caudillista y totalitaria, y otra hubiera sido la historia de la isla.

Tras el desmoronamiento de la Unión Soviética, Castro sólo disponía del aparato represivo para mantener un régimen que se había caracterizado por haber ensayado distintas políticas económicas, que oscilaron entre el arbitrismo y la imitación ciega del patrón burocrático ruso. Políticas que se saldaron con una serie de fracasos que, pese a las subsiguientes "rectificaciones", han terminado por despeñar al pueblo cubano en la mayor miseria -en Cuba se pasa hoy hambre-, destruidos desde el aparato productivo -la próxima zafra apenas sobrepasará los dos millones de toneladas- hasta la misma sustancia urbana: la Habana vieja, una de las ciudades más hermosas del mundo hispánico, aunque se salven unos cuantos edificios, está condenada a la piqueta, ya que la isla nunca dispondrá de los miles de millones de dólares que se necesitarían para su restauración.

El empeño del régimen por sobrevivir a cualquier costo ha acabado por poner en solfa hasta sus mayores conquistas: la eliminación del analfabetismo ha dado paso a uno funcional que alcanza a toda la población al no circular un sólo papel impreso -apenas hay libros, ni revistas, con tiradas raquíticas de los pocos periódicos oficiales-; un sistema sanitario que, en principio, llega a toda la población, pero que carece por completo de medicinas y de los utensilios quirúrgicos más elementales, eso sí, contando con una plétora de médicos, con sueldos de 30 dólares mensuales, obligados a subsistir dedicados a otros menesteres. Y hasta lo que parecía el mejor logro, haber construido una sociedad bastante igualitaria, se ha derrumbado con la dolarización impuesta por las circunstancias, que abre las compuertas al desarrollo de una nueva clase que tiene acceso al dólar, separada de la mayoría que queda al margen. Cuba malvive hoy principalmente de las remesas que envían los exillados -unos 800 millones de dólares- y de los pocos que reparten los turistas.

El embargo es el único argumento que maneja el régimen para justificar a propios y extraños tan trágica situación. Sirve de sostén de un antiimperialismo que, aunque cada vez resulta menos creíble, conecta bien con el orgullo nacionalista de un pueblo que ha pagado en distintas etapas de su historia un precio alto por defender su independencia. No alcanzo a comprender las razones que pueda tener el Gobierno de Estados Unidos para mantener la última hoja de parra del castrismo. La muerte de Jorge Mas Canosa pudiera haber eliminado el impedimento que se cita con más frecuencia: la presión de uno de los grupos mejor organizados y más influyentes del exilio que esperaría, paciente a que, sin tener que negociar con el pueblo cubano, caiga la breva. Nadie duda en la isla que el levantamiento del embargo tendría efectos contundentes en la transformación, o incluso brusca eliminación del régimen: y esto es tal vez lo que Estados Unidos quiere impedir.

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