_
_
_
_

Sombras en la caverna

Viaje a Atapuerca con el arqueólogo Emiliano Aguirre, que recibirá el viernes con su equipo el Premio Príncipe de Asturias

A 15 kilómetros de Burgos, en plena calzada del Camino de Santiago que viene de Logroño, al pie de las estribaciones de una humilde sierra de ondulados y mansos cerros, está Ibeas de Juarros. Esta villa agrícola de 500 habitantes se ha convertido en capital mundial del pleistoceno por su proximidad a los yacimientos paleontológicos de Atapuerca, un sistema de cuevas, simas y galerías que conforman un santuario, milagrosamente intacto, en cuyo suelo pueden rastrearse y leerse las huellas fósiles del más remoto pasado de la prehumanidad, las señas de identidad de los lejanísimos parientes homínidos del autodenominado, vaya usted a saber por qué, homo sapiens.En la Sima de los Huesos de la Cueva Mayor de Atapuerca, un zulo tectónico de cinco metros por tres, se halla el mayor yacimiento de fósiles prehistóricos del mundo. Huesos de homínidos, de cánidos y felinos, de osos y de mamíferos carroñeros atrapados y enterrados bajo enormes bloques de caliza y toneladas de basura, residuos sólidos excretados por generaciones y generaciones de sapiens excursionistas empeñados también en dejar su impronta, su basurilla personal en el estrato correspondiente del ancestral vertedero.

Los visitantes domingueros de estas cuevas descubiertas a mediados del pasado siglo, solían llevarse a guisa de souvenir dientes de fósiles de oso, muy abundantes porque las grutas habían servido como dormitorio invernal de estos mamíferos en épocas remotas. Quizá fueron los ecos de la fama de Atapuerca como vivero inagotable y expoliable de trofeos dentarios de plantígrados ancestrales, los que llevaron, con más afán de estudio que de expolio, en 1976 a la Cueva Mayor de Atapuerca a un estudiante, hoy profesor de la Escuela de Minas, Trinidad Torres, que preparaba una tesis doctoral sobre los úrsidos prehistóricos.

En su exploración, guiada por el espeólogo Carlos Puch, Trinidad Torres se topó con una mandíbula de características humanas, o al menos homínidas, que puso en manos del profesor Emiliano Aguirre, geólogo y paleontólogo, pionero y renovador del estudio de la paleontología en España y una autoridad indiscutible en materia de fósiles.

Fue el mejor regalo que jamás soñó recibir el científico que desde el primer momento intuyó la singular relevancia de los yacimientos fósiles de la sierra de Atapuerca. Cuando Aguirre comparó la importancia de los descubrimientos de la sierra burgalesa con otros, como el del "hombre de Pekín" y el del australopitecus africano, algunos hablaron de osadía, pero a la luz de los hallazgos y los estudios realizados desde entonces todos reconocen hoy que se estaba quedando corto.

Emiliano Aguirre, que el próximo viernes 24 recibirá el premio Príncipe de Asturias compartido con su equipo, se siente orgulloso sobre todo por haber sabido crear y vertebrar un equipo multidisciplinar en el que han trabajado codo con codo tanto geólogos, arqueólogos, paleóntologos, ecólogos y antropólogos, como bioquímicos, prehistoriadores y los espeleólogos del grupo burgalés Edelweiss, cuya experta guía y voluntaria dedicación subraya el profesor Aguirre.

Jubilado en 1990, Emilia Aguirre sigue visitando con frecuencia la localidad de Ibeas de Juarros, donde un sencillo y pedagógico museo que lleva su nombre ("un museíto", dice su titular) ilustra con maquetas, paneles, diapositivas y algunos fósiles, la inverosímil y verdadera historia del homo de Atapuerca, antecesor del Neandertal y de su entorno, la fauna, la flora, su dieta o sus costumbres entre las que, a juzgar por las marcas dentales detectadas en huesos humanos, estaba incluida la antropofagia.

En la trinchera

El profesor Aguirre ha vuelto con un periodista de EL PAÍS al lugar de sus hallazgos y los de su equipo. El trayecto por la autovía de Burgos se convierte en un fascinante viaje por el tiempo, el emérito geólogo reconoce y comenta cada hito del camino, cada pliegue del terreno; los arañazos que dejaron las palas excavadoras al abrir paso a la carretera se transforman en pistas, indicios con los que Emiliano Aguirre reconstruye la historia tectónica de la meseta.El profesor Aguirre no es Indiana Jones, pero podría doblar perfectamente a su padre, el veterano Sean Connery, en las escenas de acción por la agilidad que demuestra trepando sin necesidad de escalera por un costado de la estructura metálica que facilita el trabajo en las excavaciones al aire libre de la trinchera del ferrocarril donde se encuentra la Gran Dolina, junto con la Sima de los Huesos, el foco más importante de hallazgos fósiles.

La trinchera del ferrocarril fue excavada a finales del pasado siglo, para construir las vías de un tren minero destinado a transportar carbón por cuenta de una compañía británica que había conseguido una concesión en Castilla.

El profesor Aguirre sospecha que hubo trampa, el caprichoso trazado de la vía no responde a las facilidades que proporcionaba el terreno, la trinchera desprecia el llano y se abre paso a través de la roca de la sierra desviando su curso natural. Emiliano Aguirre piensa que los ingleses buscaban algo más que carbón y que excabaron en la piedra para extraer de tapadillo fosfatos, una materia mucho más escasa en el subsuelo del planeta.

Pero la historia de la ciencia es la historia de la casualidad, un juego de azar en el que la fortuna premia aleatoriamente a algunos jugadores concienzudos y tercos que prueban sistemáticamente todas las combinaciones a su alcance. La sospechosa trinchera del ferrocarril fue providencial para la ciencia, al poner al descubierto unas cavidades totalmente colmatadas en cuyos estratos pueden leerse los signos de la evolución de la especie humana a lo largo de un millón de años.

Los fósiles humanos encontrados en la Gran Dolina de la trinchera, con características anatómicas arcaicas, corresponden a un homínido que vivió hace 800.000 años, bautizado como Homo antecessor. En la cercana Sima de los Huesos aparecen los restos mezclados con los de abundante fauna de un preneandertal con 300.000 años de antigüedad.

En los yacimientos de la sierra de Atapuerca se descubren día a día nuevas ramas del árbol genealógico de la humanidad, las extraviadas huellas de los primeros pobladores de Europa.

Por su proximidad a los yacimientos y a la carretera general, Ibeas de Juarros se convirtió en la capital de las excavaciones reclamando para sí parte de la cuota de fama que hasta entonces había ostentado el municipio de Atapuerca, famoso ya por sus cuevas prehistóricas descubiertas a mediados del pasado siglo y muy visitadas por espeleólogos y excursionistas.

El salomónico profesor Aguirre -que optó por la denominación del yacimiento como Ibeas-Atapuerca- comenta estas cuestiones de primogenitura en el restaurante, ante un plato de sabrosas y viudas alubias rojas que constituyen uno de los más sustanciosos atractivos turísticos de Ibeas de Juarros.

En Los Claveles celebraron sus hallazgos los colaboradores y sucesores de Aguirre; y brindaron con los mejores caldos de su bodega, en esta tierra dúplice de Ibeas y Atapuerca situada a caballo también entre las dos principales- regiones vinícolas de la Península: la Ribera del Duero y La Rioja, en los márgenes de la carretera que une Burgos con Logroño.

Julio fue el mes de excavaciones en la trinchera del ferrocarril, donde hoy toma muestras un solitario estudiante bajo el sol de agosto, al que hacen compañía el guarda de las excavaciones y su perro.

José Antonio Palacios Ibeas, el guarda, vive en una casilla prefabricada de madera a la entrada de la trinchera y ha aprendido los rudimentos de la industria lítica observando a los paleontólogos cuando imitaban los movimientos de los primeros pobladores de Atapuerca para fabricar herramientas y utensilios de caza y de uso doméstico. En su refugio se topa de vez en con soldados armados que vigilan el perímetro de un campo de tiro en el que están enclavadas las excavaciones. Más de una vez la trinchera ha tenido que hacer honor a su bélico nombre, tal como demuestran los impactos de los proyectiles que José Antonio Palacios, hombre de Ibeas y Atapuerca, señala en las paredes del yacímiento.

"Os jubilaréis aquí"

Pero ni las balas que pasan silbando por encima de sus cabezas son capaces de apartar de su empeño científico a los buscadores de los orígenes del hombre que siguen el proceso iniciado por Emiliano Aguirre, trabajando metódica y pausadamente, en equipo, profesores y estudiantes de diferentes ramas y saberes, procedentes de diferentes universidades: Madrid, Zaragoza y Tarragona."Vosotros os jubilaréis aquí", suele decirles el guarda Palacio a los estudiantes recién llegados que hoy trabajan a las órdenes de Juan Luis Arsuaga, Eudald Carbonell y José María Bermúdez de Castro en las trincheras y simas de Atapuerca, frontera clave en el conocimiento de la evolución humana que se sitúa hoy en las estribaciones de esta sierra burgalesa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_