Chabrol gana sin discusión la Concha de Oro
La británica Julie Christie y el argentino Federico Luppi, premios de interpretación
No hay discusión posible. Que Claude Chabrol -que tiene a sus espaldas medio centenar de películas, entre ellas algunas de las mejores del cine moderno- consiga con esta Concha de Oro a la maravillosa No va más su primer gran premio en un festival de cine es un acto de justicia tan evidente que convierte en insensatez cualquier gesto de discrepancia. Una ovación cerrada, sin silencios disilentes, rubricó anoche su nombre cuando onó dos veces en la ceremonia de clausura, pues Chabrol fue distinguido también con el premio al mejor trabajo de dirección. Otras ovaciones unánimes ocurrieron cuando Julie Christie y Federico Luppi fueron cantados como los mejores intérpretes por sus creaciones en Afterglow y Martín (hache).
Otro pleno acierto del jurado fue conceder un premio especial al filme irlandés El crimen desorganizado, dirigido por el joven Paddy Breathnach, que también se llevó el premio al mejor nuevo realizador, al que optaba junto a otros 20 colegas suyos. Tampoco hay debate posible ante este acto de buen criterio y clarividencia. Nadie duda aquí de que volveremos a oír pronto el nombre de este aprendiz, que entre sus balbuceos de novato, suelta imágenes sutiles y poderosas, dignas de un hombre curtido en su oficio.Pero la discusión llegó con el doble premio -el llamado Especial del Jurado y uno de carácter técnico a la mejor fotografía concedido a la película británica Firelight, escrita y dirigida por William Nicholson, un guionista experimentado que se ha pasado a la dirección. Su película es un brillante y calculadísimo melodrama, sin duda fotografiado con mucha ciencia y sensibilidad por Nick Morris, que se merece estar en la lista de oro, pero cuya creación de luz está al servicio en esta ocasión de la oquedad que hiere sin remedio el fondo de esta película retórica y algo sensiblera, que juega contra el espectador con cartas marcadas.
Por suerte, los jurados de otros premios, los extraoficiales, remediaron en parte la metedura de pata del jurado oficial. Así, el formidable guión que Alan Rudolph despliega bajo las imágenes de Afterglow fue distinguido por los miembros de Alma -agrupación de escritores de cine españoles- como un trabajo expertísimo e inspiradísimo. Y el Premio de la Crítica Internacional remedió la lamentable discriminación del jurado oficial a la hermosa película de John Sayles Hombres armados, que también obtuvo el premio de la OCIC -Organización Católica Internacional del Cine- y el Premio a la Solidaridad, que ha sido creado para destacar las películas que mantengan el fuego sagrado de la lucha por la libertad.
El jurado responsable de aquellos aciertos y de estas discriminaciones fue presidido por el cineasta chino Zhang Yimou y estaba compuesto por la actriz italiana Anna Bonuinto, el director mexicano Alfonso Cuarón, el guionista y director español Agustín Díaz Yanes, la productora sueca Katinka Farago, el director nacido en Burkina Fasso Garton Kabore y el crítico francés Serge Toubiana.
Uno de los grandes
Las decisiones tomadas anoche por estos profesionales del cine, pese a lo que tengan de injusto o de erróneo, quedarán no obstante como un buen tributo al ensanchamiento de la creidiblidad del festival donostiarra en todo el mundo. Aquí se produjo ayer por primera vez el pleno reconocimiento por un festival de cine a uno de los más grandes cineastas europeos, Claude Chabrol, hasta ahora siempre a remolque, en el furgón de cola de estas, con tanta frecuencia injustas, competiciones.
Aquí se produjo ayer el rescate del retiro en que se había instalado de Julie Christie, hermosa mujer cuyo rostro es, además de una llamada a la memoria sentimental de millones de miradas un signo de la identidad del cine europeo. Y ayer aquí se multiplicó la audiencia de un cineasta argentino, Federico Luppi, que hay que meter en el puñado de los insuperables, una continua fuente de arte e inteligencia para el cine hablado en este idioma que ambiciona alcanzar resonancia universal.
Todo lo dicho convierte a esta edición del encuentro donostiarra en un paso adelante. Los pronósticos, antes de que comenzase, no eran muy esperanzadores. Tras el grave patinazo de los organizadores del, pomposo y mediocre cincuentenario de Cannes en el mes de mayo, llegó a caballo entre agosto y septiembre el arranque del nuevo rumbo adoptado por la Mostra de Venecia.
Era presumible que aquí ocupara el grueso de la programación el cine de aluvión, sobrante, rechazado o soslayado por los venecianos, pero no ha sido así. La cohererencia de la programación conseguida, pese a un par de películas -una venezolana y otra estadounidense- situadas bajo mínimos profesionales, el nivel de la sección oficial ha sido alto y más que aceptable, ya que la programación fue confeccionada con tacto, con buen gusto, con equilibrio, buen criterio y varios magníficos golpes de suerte, que han permitido ver aquí estos días películas -o trabajos individuales dentro de películas- vivas y de gran aliento.
Babelia
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