Plutonio y mafias
EL ACUERDO entre Rusia y EE UU de suspender la producción de plutonio para la fabricación de armas nucleares marca un hito en la posguerra fría. No sólo viene a enterrar viejos espíritus de confrontación, sino que puede contribuir de manera decisiva a frenar el creciente peligro de una proliferación incontrolada de estas armas. En efecto, el contrabando de este tipo de material a partir de Rusia -que puede llegar a terceros países o eventualmente a grupos terroristas- es uno de los asuntos que más quebraderos de cabeza producen a los servicios de inteligencia occidentales.El compromiso, negociado durante los últimos años, supone que las tres plantas nucleares que aún producen plutonio para armamento en Siberia se tendrán que haber reconvertido para un uso puramente civil en el año 2000, con asistencia técnica y financiera de Estados Unidos. Rusia no podrá usar el plutonio de reciente producción para armas nucleares. Ambos países se comprometen, además, a no volver a poner en funcionamiento las plantas ya cerradas y a limitar sus existencias de plutonio.
El acuerdo se ha producido pese a los recelos de EE UU hacia Moscú por lo que considera una ayuda rusa a Irán para la fabricación de armas nucleares, ya sea con cargas o misiles. Rusia niega, sin embargo, que la central nuclear iraní a cuya construcción contribuye sirva para este tipo de fines. Las autoridades rusas se han visto, además, obligadas a desmentir la existencia y la pérdida de bombas nucleares portátiles que había denunciado el general Lébed.
La producción de plutonio se detendrá. Pero ello no significa que el contrabando no prosiga. Ya en 1994 salió a la luz el llamado caso del plutonio, que involucró en este tipo de contrabando entre Rusia y Alemania a unos españoles. En la situación actual de las fuerzas armadas rusas cualquier cosa es posible. Todo puede estar a la venta -incluso el material nuclear-, para compensar la repetida falta de pagos de los salarios debidos por el Estado. Las fuerzas armadas, como el resto de la sociedad, también parecen estar penetradas por la corrupción, las mafias y el desorden.
Borís Yeltsin bien puede proclamar, como lo hizo ayer, su pretensión de acabar con el asalto al Estado por parte de las mafias, pero la verdad es que la corrupción ha penetrado demasiado para borrarla de un plumazo. El propio Yeltsin se ha apoyado en mafias y grupos para llegar al poder y conservarlo, por lo que tiene una parte importante de responsabilidad en la preocupante situación, que impide ahora la modernización de la economía. El ruso es un capitalismo mafioso, regido por la ley de la jungla, donde el poder se dirime entre grupos que cuentan con servicios propios de seguridad. Pero si Yeltsin va en serio en su deseo de acabar con este sistema, debería recibir todo el apoyo posible por parte del resto de Europa. Pues la gangrena mafiosa se va extendiendo más acá de las fronteras rusas.
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