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Patrimonio oral

Con el apoyo de Federico Mayor Zaragoza, el excelente director general de la Unesco, el escritor español Juan Goytisolo ha obtenido que la plaza central de Marraquech sea considerada como "patrimonio oral de la humanidad". De visita esta semana en la ciudad marroquí con mi viejo amigo Goytisolo, mi esposa y yo recorrimos varias veces el maravilloso espacio de la Djemaa el Fna: un zócalo cuya animación no decae a ninguna hora del día, pero que conoce su apogeo entre ' el atardecer y la medianoche: cantantes, bailarines, acróbatas, encantadores de serpientes, vendedores, faquires comerciantes, voceros y, sobre todo, cuentistas, que reúnen en un círculo a sus escuchas , le dan a la plaza una vitalidad asombrosa y justifican la iniciativa de Goytisolo y el espaldarazo de Mayor_y la Unesco.Goytisolo vive en la Medina de Marraquech desde hace tres lustros, conoce de nombre a sus habitantes y ellos lo saludan con camaradería a él; el novelista, defensor y promotor desde siempre de la herencia árabe de España, habla la lengua y conoce la riqueza de la tradición oral que se concentra en Djernaa el Fna: es una voz milenaria y al escucharlo recuerdo algo que ha dicho Fernando Benítez, otro gran amigo mío que ha dedicado gran parte de su vida a documentar a los indios de México: "Cada vez que muere un indio, muere con él toda una biblioteca".

El ejemplo de Goytisolo en Marruecos y de Benítez en México debe ser emulado y alentado. Si todo lo que Benítez ha escuchado en sus viajes entre yanquis, seris, huicholes, mayas, zapotecas, otomíes hubiese quedado registrado, tendríamos no sólo una historia más ni una historia diferente, sino una historia más completa, más nuestra. La heredad hablada de México, como la de Marruecos, duplica y acaso sobrepasa la tradición escrita. Conocerla mejor nos permitiría tener una cultura literaria infinitamente más ancha que la consignada en historias, por lo general, lineales y escritas bajo la ilusión de que la literatura, como la cirugía o las telecomunicaciones, "progresa". Oír a un viejo cora contar su versión del nacimiento del universo o a un niño marroquí entonar una canción aprendida a su madre en un jardín, es darse cuenta de la circularidad de la literatura, su regreso constante a los orígenes. El manantial fluyente de sus mitos y la riqueza inasible de sus metamorfósis.

Las salmodias de María Sabina en Oaxaca, afortunadamente registradas a tiempo, son sólo un ejemplo de la extraordinaria riqueza del patrimonio oral del mundo indígena mexicano. Pero el mundo urbano de nuestro país no se queda atrás en inventiva, gracia, capacidad alusiva y bravura. Como la plaza central de Marraquech, hay sitios del mundo indígena mexicano y barrios de la capital mexicana que merecerían, si no consagraciones como la que ha alcanzado Djemaa el Fna, sí conservaciones, registros, atenciones que enriquecerían sobremanera el patrimonio cultural de nuestro país. ¿Y qué decir de otros conglomerados, indígenas, agrarios o urbanos de América Latina cuya habla constantemente se transforma, evapora y, aunque a veces se pierda, otras permanece o resucita? Buenos Aires, Río de Janeiro, Santiago de Chile, el Caribe entero, son sitios promotores de lenguajes extraordinarios, sedimentos a veces y a veces nubosidades del habla cotidiana, familiar, política o económica de América Latina.

Ojalá que ejemplos como los dados por Goytisolo, Mayor y la Unesco proliferen. Pues se trata de algo más que de labores de anticuario.

-Siento que he retrocedido medio siglo en el tiempo- le dije en Marraquech a Goytisolo cuando los dos entramos a la plaza de Djemaa el Fna.-No- me contestó el novelista español.

-Nos hemos adelantado quinientos años.

Goytisolo tiene razón. La vida variada y fascinante de Marraquech es un pronóstico del mundo mestizo del siglo que se aproxima. Recoger las voces de ese mundo es escuchar las de nuestros nietos en un milenio que será mestizo o no será.

Carlos Fuentes es escritor mexicano.

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