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Tribuna:TRAVESÍAS
Tribuna
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Aniversario, W. F.

En 1928, cerca ya de los 31 años, y después de haber publicado dos novelas ,sin ningún éxito, William Faulkner escribió una tercera, más larga y ambiciosa, titulada espléndidamente Flags in the dust, que fue rechazada por todos los editores a los que la ofreció. La negativa no era sólo un golpe a su orgullo de escritor: también un contratiempo económico, porque William Faulkner, en plena edad adulta, no tenía oficio ni beneficio, aunque sí una familia a la que mantener. El sentido común dictaba sin duda dos caminos posibles: el primero, buscar un trabajo que dejara tiempo para escribir, postergando si hacía falta el comienzo de otra novela; el segundo, intentar un libro que se ajustara al gusto previsible de los editores y del público.Lo que hizo William Faulkner fue exactamente lo contrario: si los editores, el público y los críticos lo despreciaban o se negaban a aceptarlo, él los despreciaría a ellos y escribiría para sí mismo, como si el mundo exterior no existiera, sin oír los consejos de nadie ni esperar censuras o parabienes, dejándose llevar tan sólo por el impulso de una inspiración obsesiva, por el hechizo de un fragmento de recuerdo infantil: unos niños trepan a un árbol para mirar por una ventana hacia el interior de una habitación en la que se les ha prohibido entrar. Durante unos meses trabajó en un estado de felicidad y de trance, sintiendo tal vez que el libro que esribía era impublicable, escribiéndolo con más orgullo y más ahínco, con la serenidad de quien ha quemado sus naves y ya no tiene más patrimonio que su atrevimiento. Da la impresión, al leer esa novela, The sound and the fury, que Faulkner la escribió dejándose guiar por las voces que escuchaba, que recordaba e inventaba, la voz silenciosa del pobre idiota Benjy, la voz lenta y grave de la criada Dilsey, el delirio verbal de Quentin Compson la mañana de su suicidio, el monólogo de sorda perversidad y resentimiento de Jason: y también todas las voces que escucha Benjy en torno suyo, en el pasado y el presente, el ruido del viento en las hojas, el de los golpes lejanos en el campo de golf, la voz casual de alguien que dice una palabra, caddie, y al decirla provoca sin saberlo el llanto como un berrido de Benjy, las manos asidas a los barrotes fríos de una verja, oliendo el frío, acordándose de que su hermana huele como los árboles bajo la lluvia.The sound and the fury se publicó, sin ningún éxito, en 1929. En los 10 años siguientes William Faulkner continuó escribiendo una sucesión imperturbable de novelas magistrales, que concluye de algún modo en 1939 con ese libro hermoso y desquiciado que es The wild palms. Desde entonces, hasta su último libro, The reivers, que es una especie de risueña novela picaresca, aún alcanzó logros muy altos, sobre todo en la trilogía sobre el ascenso y caída de la populosa familia Snopes, pero el agotamiento provocado por una tensión creativa tan extraordinaria, por la infelicidad personal y el abuso del alcohol, se dejaron notar en su trabajo, igual que en su salud.

Se resalta siempre la cualidad sombría de la literatura de Faulkher, su dificultad, su desgarro. Pero se olvida con demasiada frecuencia que Faulkner es también un maestro de la comicidad y la ternura, un supremo retratista de personajes charlatanes, vivaces, lunáticos, de una desarmada y absoluta inocencia. Sabe inventar seres temibles y rígidos, envenenados de fanatismo, guiados por un propósito que tiraniza sus vidas y las de quienes caen bajo su dominio: el resentido Jason Compson, el coronel Henry Sutpen,Popeye, el gánster impotente y sádico, Mink Snopes, el viejo desmedrado que al salir en libertad después de pasar la mitad de su vida en la cárcel sólo desea matar al hombre que no hizo nada por salvarlo de ella. Pero también es magnífico en la invención de gente sin voluntad, que vive en una risueña indolencia, de hombres que dejan en manos de otros la dirección de sus actos, como el estupendo Horace Benbow, manso marido que acaba separándose de su mujer porque le obliga a ir cada semana a la estación a recoger una caja hedionda y chorreante de camarones, o el preso gordo de The wild palms, cuya única ambición es permanecer tranquilamente en la cárcel, a salvo de los trastornos de la libertad y del amor. Nadie es más bondadoso en su rectitud que el abogado y luego juez Gavin Stevens; no hay una inocencia mas desvalida ni observada con mayor ternura que la del idiota Benjy Compson; y tampoco hay en la literatura del siglo XX muchos retratos de mujeres como el de la criada negra Dilsey o la cándida peregrina Lena Grove, que va por los caminos con su lento andar oscilante de embarazada preguntando a todos, con confianza inquebrantable, por el paradero del padre de su hijo futuro.

Faulkner puede ser difícil y oscuro: requiere tan sólo paciencia y atención, igual que Proust, y, como él, ofrece enseguida ilimitadas recompensas, porque llega un momento en que, al entrar en su mundo, la extrañeza se nos convierte en familiaridad, como cuando reconocemos una música que la primera vez nos aturdió con su apariencia de hermetismo o desorden. No hay música que pueda ser percibida plenamente en una sola audición: también la mejor literatura ha de ser leída al menos dos veces. Sobre cada fragmento de Faulkner o Proust pesa su obra entera, igual que la gravitación universal actúa sobre todos los cuerpos del espacio, lo mismo las estrellas que las partículas subatómicas. No hay un personaje que no tenga sentido y ocupe un preciso lugar en el vasto mapa de la obra entera: y sin embargo cada uno posee una identidad y una vida irreductibles, de modo que todos son a la vez héroes y figuras secundarias, igual que cualquiera de nosotros en su existencia real. Algunas veces, quien empieza a escribir tiene la sensación de que la novela que imagina ya está escrita, que a él sólo le hace falta adivinarla, en una, lenta o súbita revelación. Así vio Balzac como en un sueño de resplandeciente lucidez la forma definitiva de la Comedia Humana, y Proust, a lo largo de varias noches y días de escritura y de insomnio, supo como iba a ser la novela en la que llevaba tantos años fracasando. Yo creo que en la primavera y el verano de 1928, mientras se dejaba llevar por la embriaguez suprema de escribir The sound and the fury, William Faulkner vislumbró Cada una de las páginas y de las novelas que iba a escribir durante el resto de su vida .

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