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45 FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Oficios de fin de siglo

La programación de las sesiones paralelas continúa a buen ritmo en esta edición del festival donostiarra y, lo que es importante, con un nivel de calidad que supera ampliamente el aprobado. Cierto es que en algunas secciones, como la selección de los críticos o incluso la popular Zona Abierta / Zabaltegi, ese nivel se ve mejorado con títulos ya premiados en Cannes o Venecia, como la apasionante La anguila, de Shohei Imamura, o, ayer mismo, Mantén la calma, valiente cambio de rumbo del consagrado Zhang Yimou. Pero no es desdeñable tampoco el interés que despiertan algunos de los filmes que aquí se estrenan: sin ir más lejos, En la puta calle, de Enrique Gabriel, el segundo filme español a concurso.Rodado con convicción y no poca mala uva, con un actor que, como Ramón Barea, parece eternamente condenado a ser secundario, pero que aquí se las ingenia para mantener, codo a codo con el cubano Luis Alberto García, un duelo interpretativo de primer orden, el filme cuenta la poco edificante historia de un obrero en paro que, dispuesto a cambiar su suerte, se traslada a Madrid sólo para encontrarse allí tirado en la puta calle del nombre.

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Tiene la película una sanísima voluntad de transgresión, un vehemente deseo -a veces demasiado vehemente- de hacer reflexionar al respetable, la vocación de propinar un soberano tortazo en los morros de quienes dicen que España va bien y zarandajas de ese estilo. No recurre, y es ése su mayor acierto, a la entronización de su héroe; antes al contrario, Barea incorpora a un obrero con toques xenófobos y autoritarios, poseedor de una mala hostia considerable.

Filme maduro

Es un filme considerablemente maduro, que se hace perdonar sus limitaciones, sobre todo de un guión apresurado y con hiatos pronunciados, a base de recordarnos el derecho que tienen muchos a no comulgar con las ruedas de molino de los propagandistas del bienestar neoliberal... el filme de ese 20% de parados que no tiene imagen alguna en nuestro cine.

Y si Barea y García se las ingenian por las calles de Madrid haciendo de la necesidad virtud, las protagonistas de Bandits, de la alemana Katjia von Garnier, deben formar un grupo de rock en la cárcel para ganarse la vida, paso previo a una fuga improvisada que las convierte en fenómeno de masas. Probablemente el primer musical de fugas carcelarias en la historia del cine, Bandits no es más que un bien rodado macrovídeoclip que explota la fama de dos de sus intérpretes, las cantantes Jasmin Tabatabai y Katia Reimann. Tiene olfato para gustar, entre otras cosas, porque sus canciones son en inglés, el lenguaje de sus imágenes, el eternamente acuñado por el cine americano, y sus personajes, jóvenes con problemas comprensibles.

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