Los avatares de girar
Es muy importante que en la Gran Vía madrileña un teatro recupere su papel original de coliseo para el género musical en todas sus variantes (tras los de Kiev vendrá Gades, y luego un musical con Paloma San Basilio y José Sacristán). El Lope de Vega tiene solera, tradición, impone en sus interiores seudopompeyanos y la remodelación ha sido hecha con mimo. La programación futura es ambiciosa y esa es una buena fórmula para llegar a algo en el más que competitivo mundo del teatro comercial.Para abrir, la empresa gestora ha traído al Ballet de Kiev en un esfuerzo ímprobo de programación a la italiana y cambia de título cada día. Es casi imposible hacer esto bien. Por otra parte, la restauración del Lope de Vega ha hecho lo que ha podido con las dimensiones del escenario y con su tecnología aún, a todas luces, limitada. Esta idea de cada día un ballet -hoy Lago, mañana Quijote- empaña la preparación de los clásicos, que necesitan de todo un rigor en la puesta.
Ballet de la Ópera de Kiev
Giselle. Coralli, Perrot, Petípa / Adam. Versión: Anatolí Shekera. Director de orquesta: Alexei Baklan. Teatro Lope de Vega, Madrid. 7 de agosto.
Con Giselle siempre aspiramos a la perfección, pues la pieza lo es ya en sí misma, como paradigma del romanticismo balletístico, y como conjunción entre partitura original y dramaturgia; lo prueba el hecho incuestionable de que es el clásico que menos ha sufrido desde la revisión de Petipa.
Irregular
El Ballet de Kiev es irregular en su factura y en su presentación viajera. Otra cosa es verles en su casa de ópera, un bello teatro, de los más hermosos de Rusia. Esta Giselle muy tardíamente conservadora se apoya en las versiones de vernácula mímica que surgieron a partir de los años cincuenta con Boumeister en Moscú y Sergueiev en Leningrado. Hoy ya el resultado se ve empolvado, aunque hay que reconocer ciertos factores de tradición, como la organización de la vendimia, el paso a dos de los campesinos del primer acto y cierto tono trágico en el que todo exceso es un peligro.Elena Filipieva -a la que no hay que perdonar en el segundo acto su peinado moderno con las orejas a la vista y un escote injustificadamente atrevido- tiene un salto excepcional. No es ella precisamente un prototipo de Giselle, pero su segundo acto, basado en esa cualidad del ballon, logró uno de los pocos momentos de emoción de la velada; en el primer acto ella se había permitido ciertas libertades al exponer su variación, lo que no es de recibo en una primera bailarina.
Por otra parte, Svetlana Tolstpiátova demostró ser una excelente artista, la mejor del reparto en cuanto a estilo y musicalidad en el pas de los campesinos, en agudo contraste con la falta de brillo y precisión del baile masculino.
Citemos al director de orquesta, atento a los tiempos del bailarín; a Anna Kushnirova, que da a Mirtha -Reina de las Willis- una lectura dramática y amarga, llenando los adagios de una acción en lento muy particular. Finalmente, es difícil de reconocer la producción estable de esta Giselle del Ballet de Kiev. La producción de viaje es más colorista, excesivamente festiva en el primer acto, mientras resulta demasiado fría en el segundo. Son los problemas casi naturales de las giras, pero eso no excusa una cierta pobreza ambiental.
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