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Orcas
Columna
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La libertad imposible de la orca ‘Keiko’

El podcast ‘The Good Whale’ relata la historia del cetáceo que protagonizó ‘Liberad a Willy’, que nunca supo vivir sin los seres humanos

La orca Keiko, protagonista de 'Liberad a Willy', en un acuario de Oregón en 1997.
La orca Keiko, protagonista de 'Liberad a Willy', en un acuario de Oregón en 1997.Kevin Schafer (Getty Images)
Guillermo Altares

Pocas veces un documental ha tenido un efecto tan contundente sobre la realidad como ocurrió con Blackfish, una película de 2013 en la que Gabriela Cowperthwaite contaba la historia de la orca cautiva Tilikum, que provocó la muerte de tres cuidadores cuando, en libertad, no consta que estos cetáceos hayan atacado nunca a un ser humano. El filme ofrecía muchas secuencias desgarradoras: en una de ellas, cuando una orca pequeña era capturada, toda su manada perseguía al barco soltando agudos chillidos. La impresión es que entendían perfectamente lo que había ocurrido: que alguien de su familia les había sido arrebatado.

Aquella película, que se estrenó en salas y que ahora puede verse en Netflix, cambió por completo la percepción de la cautividad de los grandes mamíferos marinos como orcas, delfines o belugas y dejó claro que había algo profundamente inmoral en capturar o criar en acuarios a animales tan sociales e inteligentes para convertirlos en criaturas de circo. Ahora, otro documental extraordinario, esta vez en forma de podcast difundido por The New York Times y producido por Serial, vuelve al mismo tema, aunque en cierta medida relata el día después. Se trata de The Good Whale (La ballena buena), presentada —y codirigida junto a Katie Mingle—, por el periodista y escritor peruanoestadounidense Daniel Alarcón.

Fotograma del documental 'Blackfish', sobre la vida de 'Tilikum', una orca de un parque acuático.
Fotograma del documental 'Blackfish', sobre la vida de 'Tilikum', una orca de un parque acuático.Netflix

The Good Whale relata la historia de Keiko, la orca protagonista de la película Liberad a Willy, que vivía en un acuario de México en condiciones bastante deplorables. Cuando se estrenó el filme en 1993, miles de personas escribieron a la multinacional que produjo el filme, Warner, para que liberase a la auténtica Willy. Sin embargo, después de haber gastado millones y millones de dólares en trasladar a la orca primero a Estados Unidos y luego a Islandia, Keiko nunca supo vivir en libertad. Su familia ya no eran otras orcas, sino los seres humanos.

Acabó sus días en diciembre de 2003 —perdón por el espóiler, aunque es una historia que todos los periódicos del mundo, incluido este, cubrieron ampliamente— en un fiordo noruego a los 27 años, sin haber sido capaz de alejarse de sus cuidadores pese a que tuvo la opción.

Lo que le hicimos los seres humanos a Keiko no era reversible, era un daño irreparable. Pero, a la vez, y es uno de los muchos dilemas que plantea el podcast de Alarcón, su situación en el acuario mexicano era imposible. Eligió a los humanos, aunque pudo vivir en el mar en Noruego, donde llegó desde Islandia, y no en una piscina. Ahora, por la prohibición en Francia de los espectáculos con animales, el acuario Marineland, cerca de Cannes, va a cerrar y tendrá que desprenderse de las orcas Wikie y Keijo, sin que tenga claro todavía lo que va a ser de ellas —una posibilidad es que acaben en Loro Parque en Tenerife—. Pero, como nos enseña The Good Whale, nunca serán totalmente libres.

Dos orcas en un espectáculo en el parque acuático de Marineland.
Dos orcas en un espectáculo en el parque acuático de Marineland.Hemis / Alamy Stock Photo (Alamy Stock Photo)

En los últimos años, los conocimientos científicos sobre las orcas se han multiplicado y ahora sabemos que son seres sociales muy inteligentes, que viven en familias (en las que mandan las hembras). Cada grupo caza de forma diferente y utiliza su propio lenguaje de sonidos. Rosanne Parry retrata en El canto de la orca (Errata Naturae, traducción de Susana Rodríguez Álvarez) la historia de un clan de estos cetáceos blancos y negros con unos preciosos dibujos de Lindsay Moore en una versión para niños. El gran investigador Carl Safina explicó en Mentes maravillosas. Lo que piensan y sienten los animales (Galaxia Gutenberg), un libro que ya se ha convertido en un clásico de la etología, muchos de esos avances en la comprensión de estos animales.

En un capítulo titulado El tiranosaurio de los mares, Safina escribe: “Son, como nosotros, seres de sangre caliente, productores de leche, mamíferos con una personalidad no tan distinta de la nuestra. Lo que pasa es que son muchísimo más grandes y considerablemente menos violentas. Sus cerebros, también más grandes, se encargan de gestionar las labores familiares y geográficas, las relaciones sociales y de proporcionar un análisis minucioso del sonido”.

Las historias de Keiko, de Wikie y Keijo pueden servir como poderosas metáforas: tal vez el daño que hemos hecho a la naturaleza ya no tenga marcha atrás. Ojalá algún día aprendamos a devolver la libertad a los cetáceos.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.
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