Echando bombas
La víspera de su reciente visita a Madrid, el señor Arzalluz, haciendo gala de insolencia, agravada esta vez por la ignorancia o la malicia, una de dos, o ambas, ofendió a la ciudad y pueblo madrileño al afirmar "da la impresión de lo de siempre: para Euskadi las bombas y para Madrid el arte". Se refería a la no cesión del Guernica, de Picasso, ignoraba abiertamente la erudita y unánime opinión de los expertos, (según mis últimas noticias, también el Gobierno podría ignorarlas) y debía sentirse tan seguro de sí mismo, y del talante mecénico de sus interlocutores (en lo que no se equivocaba) que ni siquiera a pocas horas vista de su encuentro con estos nuevos Médici consideró justo, necesario e incluso conveniente mantener la boca cerrada.Pues bien, me gustaría refrescar aquí la memoria del señor Arzalluz recordándole que esta ciudad sabe mucho, no solo de arte, sino de bombas. Ya el 23 de agosto de 1936, la aviación nacional bombardeó el aeródromo de Getafe, el 24 el de Cuatro Vientos, el 27 y el 28 atacaba directamente Madrid. El 29 de octubre "se inició una intensa campaña de bombardeos contra Madrid" (todo cuanto aquí digo está contrastado con la obra de Hugh Thomas en La guerra civil española, cuya lectura recomiendo encarecidamente al señor Arzalluz) y ese mismo día escribió Rafael Alberti su romance Defensa de Madrid. "Rondan por tu cielo halcones, que precipitarse quieren, sobre tus rojos tejados, tus calles, tu brava gente..." y sostiene Hugh Thomas que, a excepción de las modestas alarmas de la primera guerra mundial, Ios bombardeos de Madrid fueron los primeros de su especie en el mundo..."
El 6 de noviembre de 1936, y seguimos en 1936, despegó de Alemania, para incorporarse a la guerra civil española, la temible legión Cóndor, al mando de Von Sperrle, "el general alemán de aspecto más brutal", en opinión del propio Hitler. Traía como jefe de Estado Mayor al coronel Von Richtofen, primo del famoso Barón rojo de la guerra europea. Tan potente fuerza de intervención extranjera comenzó a machacar a la población civil madrileña con espantosos bombardeos ya el 9 y el 10 del mismo mes. Utilizaron, sobre todo, bombas incendiarias "por considerar que el fuego era el mejor método de sembrar el pánico...". Y cuando los nacionales fueron frenados en el frente de Madrid parece que Franco comentó, ante un grupo de periodistas portugueses, que destruiría Madrid "antes que dejárselo a los marxistas". Tampoco esta vez hubo demoras: del 19 al 22 de noviembre los incesantes bombardeos nocturnos de los Savoia 80 y de los Junker 52 convirtieron la existencia cotidiana del pueblo madrileño en una horrenda pesadilla. Las tropas nacionales habían ocupado mientras tanto el famoso cerro de Garabitas, en la Casa de Campo, y desde allí estuvieron cañoneando la capital de España hasta el final de la contienda. Tampoco cesaría ya el fuego de morteros y ametralladoras sobre Madrid desde las posiciones de la Ciudad Universitaria, etcétera.
Todos los conflictos bélicos son horrendos, y más los civiles, y más cuando toman como objetivo una población desarmada e inocente. Brutal, canallesco, cobarde y alevoso fue, sin duda, el bombardeo de Gernika, y el sufrimiento de todo el País Vasco pero, en honor a la verdad, hay que añadir que allí todo sucedió de modo muy distinto.
Veamos por qué. Gernika no fue bombardeada hasta el 26 de abril de 1937, y a Bilbao le sirvió de poco su emblemático cinturón de hierro, ya que las tropas encargadas de defender cinturón y ciudad abandonaron ésta durante las madrugadas del 18 y 19 de junio (1937) ante la proximidad de las fuerzas franquistas, replegándose hacia Cantabria. Tanto es así que el general Juan Bautista Sánchez, que venía al mando de éstas, pudo ocupar la capital de Vizcaya "sin derramar una gota de sangre", frase que gustaba mucho a la sazón, izando la bandera en el ayuntamiento. Además, los fugitivos ni siquiera se ocuparon de destruir la potentísima industria estratégica de Vizcaya, incluidos los Altos Hornos. El acto final fue la rendición, en Santoña, ante un coronel italiano. Allí y entonces se acabó la guerra para el País Vasco. Madrid, siempre tan resignado, jamás solicitó ni obtuvo, actos de contricción de Alemania, y eso que resistió el asedio hasta el final.
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