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Tribuna:CRÓNICAS: JUAN CRUZ
Tribuna
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La escritura o la vida

Juan Cruz

Gabriel García Márquez se ha comprado siete veces La escritura o la vida, el libro autobiográfico de Jorge Semprún que editó Tusquets; lo compra, lo empieza a leer, se encuentra con un amigo y de inmediato lo regala; luego compra otro ejemplar, sigue leyendo y a fuerza de hacer el mismo gesto tantas veces seguro que ya ha terminado ese bello y estremecedor testimonio de la lucha, de un hombre por mantener la dignidad en tiempos de barbarie.En el homenaje de los libreros de Francfort a Mario Vargas Llosa, el último octubre: habló Semprún como anterior premiado, pronunciando el discurso de elogio de su sucesor. El mismo ceremonial, casi idéntico, y con idénticos protagonistas, se producirá en abril en la feria del libro de Jerusalén. En Francfort, Semprún habló en alemán; lo hizo con esa rotundidad poética que tiene la lengua de Goethe, y en el espléndido edificio eclesial en que nos encontrábamos la voz de Jorge Semprún sonaba entonces con resonancias de proclama melancólica, dentro de la historia, comprometida con la memoria y también con esa lucha, porque la perpetuación del recuerdo impida el regreso a, los horrores de ese pasado de olvido imposible. En ese marco y ante la voz de Semprún, uno no podía dejar de pensar que tal acento y ese idioma habían sido aprendidos por este español vitalista y canoso, cuando era un chiquillo, en un campo de concentración nazi.

La historia de cómo hablan los hombres no se escribe de pronto: expatriado, luchador antifascista, prisionero de guerra, español infrecuente, dio algunos de los mejores años de su vida al servicio de la clandestinidad y de la lucha anónima. A cambio de esa biografía ha recibido muchas veces entre nosotros -sobre todo desde que fue ministro de Cultura de la democracia- el improperio y la burla, entre otras cosas porque su ancestro cultural ahora es francés. Y está claro que también es alemán, y que no se olvide el doloroso precedente que tiene para él esa otra naturaleza del carácter sin fronteras que habita en el idioma de su inteligencia.Juan Cueto suele decir, frente al papanatismo del (de nuevo) emergente nacionalismo español, que el futuro será de la vida sin fronteras; no habrá fronteras para las ideas ni para la tolerancia de las mismas, no habrá fronteras para los idiomas: seremos más cultos, escucharemos mejor. Semprún representa ese tipo de español transversal que proviene de una memoria cruel y que sin embargo ha recorrido el camino necesario para proclamar, desde los distintos lugares que ocupa en la vida, la capacidad regeneradora, y civilizadora, de la memoria.

Esta semana lo ha dicho otra vez, con la misma voz rotunda, y entre otras cosas española, en el Círculo de Lectores de Madrid. Su lección, reiterada y tranquila, proviene de la constancia del horror, lo que no se olvida.

Un español como millones de españoles: como Pedro Laín Entralgo, por ejemplo. Don Pedro tiene ya la edad innumerable que le da la experiencia, y al llegar a ese tiempo de los veteranos recibe parabienes.. Nada menos que 10 homenajes, de los cuales el primero fue el jueves en la Residencia de Estudiantes. En tiempos, él también recibió improperios, por decir en alto lo que le decía en voz baja su conciencia arrepentida, cómplice de los que triunfaron en su deseo de dividir España en buenos y en malos.

Dice bien Juan Marichal cuando recuerda que ese gesto de Laín -como el de Aranguren, como el de Tovar, como el de Ridruejo-, poniendo al servicio de la reconciliación su propio descargo del recuerdo, contribuyó a que este país se dispusiera a convivir mejor. Fue insistente Laín en su ejemplo, y a lo largo del camino ha dejado muchas muestras de ese empeño, también en tiempos en que de nuevo se tambaleaba el orden constitucional de esa reestrenada convivencia.

En el transcurso de las primeras horas del 23 F, Laín fue uno de los ciudadanos que de manera más contundente, quizá porque sabía mejor que muchos la que se nos venía encima, se manifestó contra la nueva barbarie militar que puso al borde del abismo la libertad, restaurada por los españoles.

. Escritor constante y minucioso, Laín ha hecho de la memoria, la feliz y la dolorida, su materia principal; escribe a mano, y aunque debía ser la suya letra de médico, se, ha esforzado en ser claro también en la escritura: envía a EL PAÍS sus artículos con esa letra menuda y transparente que a sus muchos años tiene la fortaleza de su actitud y de su ejemplo. Laín ha logrado trasplantar a la escritura su amor por la vida libre, su entusiasmo por los otros, su lucha porque todo el. mundo se entienda. Con la convicción optimista de los que no guardan rencor.

Semprún, Laín. La vida española no ha hecho, ni mucho menos, obsoleto el vigor y la actualidad de los ejemplos que significan las actitudes de ambas biografías.

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