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Fiestas, satánicas y 'desokupación' divina

Dado que aquí los fines de semana resultan ser tan cortos amén de conflictivos, como la propia vida regalada, uno se sabe ya de memoria, desde el anochecer del domingo, que el personal reemprenderá el quehacer por la mañana, en cuanto cante el gallo vallecano a lo lejos, con la epiléptica certeza de que está rodeado, de que muerdes o se te echan encima, de que tú dirás misa pero lo cierto es que vienen a por él, a por el él que ha desplazado al yo para sumarse a un fondo de inversiones. No me dirán, a todo esto, que no lo habíamos cantado: "Hace falta valor...". Pues toma.Ha llegado a atisbarse, de instinto y transición, que la poco afamada paranoia puede ser, al final, lo más rentable. Y que el vulgar cabreo, disfraza do de competitividad (¡y mira que es difícil ponérsela!) tiene no solamente su desahogo casi mítico, por impalpable, sino también su plusvalía retozona: como aquel enano utilitario de Gila que, aun sin lograr matar, desmoralizaba un huevo al adversario. En ese vodevilesco contexto, entre muy humano y muy madrileño, el barrio de La Guindalera tal vez no sea una excepción, sobre todo porque a este alcalde, más carne trémula que la de Villapalos, le ha dado por rezarle manzanas meladuchas al proverbial madroño, hasta el punto y seguido de convertir la calle de Cartagena en cantón de semáforos, farolas y arbolitos amurallados, con propina en metálico de vallas amarillas a la altura de la Audiencia Provincial, segundos antes de desembocar en el caótico carrusel deportivo de la avenida de América, si es que subíamos dando un paseo, desde la plaza de Manuel Becerra, de tanta tradición editorial.

Mientras tanto, cosas del tiempo, fueron apareciendo por esta zona -muy de tercera edad- grupos de jóvenes a galope, con crestas atrevidas, chupasa exóticas y relajados modales: con pinta, en fin, de ir a lo su7yo, no a por el otro ni escapando de él. Esto, la verdad, adquirió algo de vida, ni regalada ni costosa, aunque sí por lo menos diferente, si van a hablarme de "trasiego nocturno", a las cagadas de los perros en las aceras ("He tenido que volverlo a sacar...") y a las vomitonas y meadas de los tenderos festivos (lo farfullan a dos y se hacen gracia: "¡Picha española no mea sola!") a la salida de los bares de alterne, a veces enfrentados por el simple azar, como en el caso del top less. La Mirada, a un tentador rótulo comercial: "IDEAS EN CORCHO DECORATIVO". (A falta de color" que será para Adolfo Domínguez, déjenmelo en mayúsculas, por si el tamaño llega a afectarle al estilo).

A más de eso, poco sé de la vaina. Aunque me imagino que esos jóvenes, okupas de una fábrica textil abandonada, gozarían de una intimidad más o menos ruidosa, semejante a la de otros vecinos con casa en alquiler o en propiedad. O sea, que, alertado por Vázquez Montalbán, le ahorro al lector cualquier panfleto sobre contrakultura en camiseta ajena. A lo que no hay derecho es a que te despierten en la madrugada de un lunes, a lo Rambo y a lo Rambal, con cuerpos especiales, mucha gafa de sol andorrana, cascos, escudos, perros, helicópteros, camionetas, coches celulares, excavadoras, ambulancias y trastos mamporreros, con idas y venidas al bar. Y como uno también va y viene, viviendo a un paso de la calle del Marqués de Ahumada (todo es destino), me fui viendo obligado a abandonar el consenso histórico para juzgar, con anteojeras ideológicas, la cruda realidad: megalomanía e ineficacia suelen ser pasiones gemelas. ¡Qué esperpento de desmesura! Con soniquete: " ¡Siga paseando o me cabreo!".

Mas todo aquel exceso resultó harto legítimo en cuanto supe, por boca de un concejal del PP, Fernando Martínez Vidal, que los okupas se dedicaban a celebrar fiestas satánicas. -¡Y a mí sin invitarme! De ser así, que así será si el otro por el auténtico Dios lo jura, lo que no acabo de entender es por qué mandaron el regimiento al cantón en lugar de echar mano del cura Apeles, ese cuervo redicho, pálido y mortífero, que obedece en cuanto lo llama (y lo llaman de todo) para que ejerza de exorcista.

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