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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Oro envilecido

EL ESCÁNDALO de la apropiación por parte de la banca suiza de fondos depositados por judíos y otras víctimas de la barbarie nazi, cuyos titulares no vivían para reclamarlos al término de la Segunda Guerra Mundial, se extiende, a la vista de las últimas revelaciones, a buena parte de las transacciones helvéticas y, en parte, a sus socios comerciales en ese periodo. España, Portugal y Suecia, entre los neutrales, recibieron en pago de suministros y servicios oro nazi robado a los bancos centrales de los países ocupados o procedente del despojo de los judíos. La conclusión que de ello se deriva es la de que Berna conocía el origen del metal precioso, y, verosímilmente, los que eran pagados con el producto del saqueo no ignoraban tampoco que ese oro estaba manchado de sangre y de rapiña.Prueba de ello es que, en 1948, el régimen de Franco devolvió ocho lingotes (101 kilos) a la Comisión Tripartita, formada por Estados Unidos, el Reino Unido y Francia. La España de Franco, que había buscado por todos los medios reconstituir las reservas de oro tras la pérdida de las de la República, recibió entre 1941 y 1945 de Suiza oro nazi por un valor equivalente a unos 100.000 millones de pesetas de hoy. No obstante, queda aún por dilucidar cuánto oro nazi quedó en los sótanos del Banco de España o del entonces Instituto Español de Moneda Extranjera.

Lo que sí está claro es que la Alemania nazi tuvo en el sistema bancario suizo, y se diría que en todo el aparato gubernamental helvético, una especie de sucursal de pagos para los países neutrales. El procedimiento consistía en que el BNS (Banco Nacional Suizo) adquiría oro nazi pagando en francos suizos y con el metal saldaba sus propias cuentas exteriores, al tiempo que actuaba como intermediario en la adquisición de productos esenciales para el esfuerzo de guerra alemán, como el volframio, utilizado en el blindaje de los tanques, que compraba a España y Portugal. Al mismo tiempo, los francos suizos servían a Alemania para su clearing bilateral con otros países, con lo que el nazismo no asumía el oprobio de pagar con lo robado. En diciembre, la Confederación admitió que entre 1939 y 1945 había adquirido oro nazi por valor de 1.210 millones de francos suizos (unos 700.000 millones de pesetas actuales).

En todo ello hay que apreciar un escalonamiento de responsabilidades. Las dictaduras de Franco y Salazar fueron culpables de aceptar pagos con metal de esa procedencia, pero también la democrática Suecia pensó que era mejor cobrar como fuese. El siguiente escalón se halla en Suiza. Su delito es el del mercenario sin importar la causa. Y, por último, se halla el propio régimen nazi, que ponía en marcha la bola de nieve de la guerra, el genocidio y el pillaje. Alemania ha indemnizado, aunque no a gusto y derecho de todos, a las víctimas del nazismo. Pero Suiza, y con menor culpa sus socios, se había salvado de la quema.

Lo que urge es que Suiza actúe con celeridad y transparencia para compensar a víctimas y deudos, así como al pueblo judío en general. Desde luego, más rápidamente que la Comisión Tripartita, que aún existe y que conserva en su haber 5,5 toneladas de oro, cuyo reparto se ha visto frenado por diversas causas. Hace dos semanas, Berna anunciaba la creación de un fondo de compensación a los judíos y sus descendientes, desposeídos por un sistema bancario que siempre barre para casa. Es otra buena noticia que en la reunión de Davos, precisamente en territorio helvético, Suiza y el Estado de Israel, que no existía hace medio siglo, hayan. llegado a un acuerdo de principio sobre la constitución de ese fondo para reparar un agravio histórico.

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