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Naciendo

La Navidad queda estratégicamente situada en medio de los propósitos, alcanzados o no y por fórmular. Sobre todo desde que la celeridad a la que se vive convierte al año en tan poco. De hecho, casi siempre se nos acaba cuando apenas empezábamos a disfrutarlo. Acaso por ese factor psicológico quemamos tanto en navidades, efemérides ue celebra el nacimiento de nuestra propia cultura y de su principal referencia en lo trascendente. Y lo hacemos oficiando el verdadero rito: la compra. Gusta gastar. Incluso se ha instalado muy confortablemente en casi todos el deseo de que el gasto se gaste cuanto antes: así podemos repetir la ceremonia que se pretende explique y sostenga todo. De ahí que en el fondo, y por mucho que invariablemente por estas fechas se nos caiga a muchos una crítica al consumismo, pocas actitudes tengan más soporte real, el de la apetencia, que esta concentración de hitos comerciales. Para el modelo que nos modela nada resulta tan crucial como que vendamos una parte de nuestra vida para comprar la siempre pequeña: porción de este paraíso llamado bienestar. Es más, si no lo hacemos lo que dejará de nacer es ese signo positivo en el PIB del que en realidad hoy dependen tantas cosas. Resulta ajustado a la ecuanimidad recordar que decenas de sectores económicos y dentro de ellos millones de trabajadores dependen de la facturación que se logre en estas fechas.Nace pues la economía y eso claro está merece una celebración. Y, desde luego, lo consigue porque ninguna otra faceta de lo humano acapara actualmente tantas adhesiones como el consumo. Todo lo demás resulta desplazado, inconcluso y parcial. Lástima porque también cualquiera de las formas de llegar a este mundo, de nacimiento pues, o cualquiera de los que individualmente alcanzan la siempre dudosa condición de vivos también son dignos de alguna festividad universal y colectiva. Y si lo que comemos y nos come, si lo que está naciendo en nuestros calendarios tienen su Navidad ¿por qué no ese entramado de procesos que consigue precisamente que, bien mirado, todos los días del año sean navideños, es decir, de nacimiento y renovación? Esos elementos esenciales que consiguen que la vida de todos, incluyendo la del consumo, sea posible, sin embargo quedan fuera de la valoración y de la celebración.

¿Seremos capaces de crear algún día las efemérides del no gastar? ¿Celebraremos lo que nos llega gratis y es lo más indispensable? Me estoy refiriendo a las estaciones y los días, a los climas y los paisajes, al aire que respiramos y al agua que bebemos. No menos a la tarea incesante de la sangre, que recorre dentro de nosotros y sin cansarnos más kilómetros de los que pueda hacer el viajero más empedernido.

¿Recordaremos algún día que también cabe alegrarse con lo mucho que ahora mismo también están haciendo?

Ahí están esos miles de manantiales que parecían haber renunciado a su parto de claridades y que, por segundo año consecutivo, han recuperado su primordial sentido. El cereal de invierno está más tieso y rutilante que en ningún momento de los últimos 20 años. El quebrantahuesos incuba ya su. puesta entre las nieves pirenaicas. Los salmones y las truchas están depositando millones de huevos en los ríos mas puros. Florecen ahora mismo avellanos y alisos, romeros y tojos, margaritas silvestres y salvias verbenáceas. Ya se aman martas, zorros, buitres y tritones ibéricos. Millones de brinzales están desplegando su primera raíz en un suelo saturado de humedad.

¡Cuánta alegría, sin compra ni venta proporcionan todos estos nacimientos en los días de Navidad!

Ya sé que los aconteceres de la vida casi carecen de prensa. Ya sé que la transparencia, es decir, el respirar, no cotiza en el mercado de valores. 0 que este inmenso y reciente bautismo del territorio entero se le llama mal tiempo. Ya sé. Pero tal vez no estaría de más dejar un pedacito de la Navidad para lo que nada pesa, nada cuesta y curiosamente nos da la vida, ésa que vendemos constantemente a lo que la desgasta.

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