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Tribuna:DE CULTO: DANIEL MÚGICA
Tribuna
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Atmósferas como cuchillos

De Albert Camus (1913-1960), premio Nobel de Literatura a los 46 años, se han publicado ríos de tinta, porque él escribía a sangre, sobre el dolor y la libertad. Hoy, en el crepúsculo de este siglo aberrante, resulta urgente, por enésima vez, resucitar su compromiso, capaz de aguar pólvora con palabras. Venía a decir el gigante que las palabras contra las pistolas no sirven, pero que las palabras, junto con las ideas y las pistolas, siempre vencen a las armas cargadas de sinrazón. Era un ser hecho de honestidad / coraje; de ahí que mientras Sartre se ocultaba del terror nazi, él lo enfrentaba. Camus tenía don de ubicuidad, estaba en todos los combates, contra los viajes de la miseria, defendiendo la historia común de los hombres. Como escritor logró transformar las atmósferas en cuchillos que traspasaban al lector; consiguió desnudar el adjetivo y dotarlo de alma, con una precisión imposible; convirtió las oraciones en sensaciones. Al leer su frío uno se hiela, y con el calor de sus detalles se suda. Al igual que en las pinturas de Velázquez, suspende polvo sobre sus escritos. Sus estructuras, en apariencia simples, están repletas de recovecos; en consecuencia, cualquiera de sus libros respira como una novela, incluida La Peste. Definición de novela: historia, pulsión, pegada.¿Pero qué ocurre con el escritor que se vuelca en el papel, que se materializa en la batalla? Camus encuentra el placer a través del dolor, y también como sensación única pero limitada por el cuerpo. Busca su identidad, busca el sentido, ser pleno aliado de la libertad, y es que también es un vitalista. Para él, cuando Sísifo escala la montaña no porta una piedra, sostiene la carga moral que le empuja como hombre. No está sometido a unos dioses que representan la cobardía: limitación del ser humano. Albert Camus eleva esa carga moral a arte. El arte responde al miedo. Por asumir el miedo halla el valor. Vence al miedo comprendiendo que forma parte del hombre. Ha tenido capacidad de sufrir, lo mismo que Sísifo. Al cabo, el arte es el medio; el hombre, su recuperación para la bondad, el fin.

Albert Camus quiere decir a los intelectuales: no os encerréis en torres de plastilina, sois los guardianes del conocimiento, compartirlo y defenderlo, estar a la altura de la historia, aunque sea hiriente. Su mensaje, ahora, en España, se diluye. Lo salvan Muñoz Molina, Goytisolo, Juaristi, Valente, Savater y pocos más.El fin de siglo se construye sobre arterias coaguladas. Hay una coalición de necios que contemplan cómo se propinan palizas y cometen asesinatos, sin resolver nada. Se habla y no se actúa. Madrid, el polvorín de San Sebastián ... La violencia se ha sumado a los paisajes cotidianos, la inercia del terror ha contaminado a algunos ciudadanos, que, como animales, marcan un territorio de orines. Los intelectuales españoles se refugian en una erudición de biblioteca, y no vital, pensando: ya pasará, la historia acabará por arreglarse a sí misma. Esos supuestos intelectuales se reúnen en actos de guiñol. Son marionetas del poder que lampan en el escenario a ver quién se queda con el papel protagonista. Hay otra clase de intelectual, el que menosprecia esos actos pero permanece en la torre; se cree grande, brillante. Pretende edificar su ventana al mundo sin encarar el combate. La ventana del mundo de Camus es un lugar imaginario donde se reposa con la intención de batallar luego. Camus se sienta en el balcón, medita, sufre; después enfila la batalla. No padece sólo la mordedura de ser hombre, le duele una comunidad cerril, que no mide las consecuencias de su ceguera. En España, la ceguera es la pasividad. Además, los intelectuales están tuertos. Son ambiguos, volátiles en las expresiones, decimonónicos en los trabajos, cobardes en las acciones. Les atemoriza un rayo de verdad, pues analizan la realidad como una ficción. Pierden las posaderas por salir en la foto, mientras deberían existir fuera de la foto, hermanados con cualquier hombre y mujer libre.

Una congregación de falsarios infecta las pinacotecas, los cines, las librerías, ajustando la vida a una mirada de gusano. En España, la cabeza de Albert Camus se clava en una pica, ésa es la apariencia. No es la gran cabeza que se encima en el altar para ser adorada. Nos faltan, a puñados, gentes que sientan el arte como lucha, que se mojen y rasguen las vestiduras. Decía el maestro que el aleteo de la paz únicamente se descubrirá en el fragor del combate. Los intelectuales españoles no lo han comprendido. Ambicionan la paz por la paz. Ja.

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