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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Qué hacer en Zaire

DE HABERSE realizado a tiempo la intervención humanitaria en el este de Zaire, probablemente los cientos de miles de refugiados hutus que han regresado a Ruanda seguirían hoy en terreno zaireño. Pero sin la amenaza de esta intervención las cosas no se hubieran movido en la zona como lo han hecho, sino hacia una mayor tragedia. Las consecuencias del amago internacional, con ser positivas, no estaban previstas, lo que refleja carencias en la información disponible.Estas carencias son las que aconsejan prudencia a la hora de asumir nuevamente -los planes anteriores e incluso el mandato de la ONU han quedado desfasados- una intervención que ayude a los refugiados que aparentemente siguen en el este de Zaire. Tal intervención, si fuese necesaria, será también peligrosa para los que en ella participen, ya que los combates entre hutus y rebeldes tutsis zaireños prosiguen.

La forma que tome esa injerencia está aún por resolverse tras la reunión técnico-militar que se celebró ayer en Stuttgart. Pero la división de opiniones entre el frente Washington-Londres (que no ve ya la necesidad de una intervención militar amplia) y el de París-Madrid (que la sigue considerando pertinente, aunque con nuevos cometidos) dificulta una toma de posición ya de por sí compleja. Ruanda, además, se opone. Esta vez el arbitraje internacional ha de partir de una informacíón precisa, y desde luego no de una puja de las ONG y algunos países por elevar el número de los refugiados aún en Zaire.

Si el anterior amago de intervención fomentó que Ruanda abriese la frontera en Kivu, una nueva mediación podría facilitar la apertura de la frontera sur entre este país y Zaire, donde parecen concentrarse más refugiados. Ahora bien, la mayor urgencia en estos momentos es ayudar a alimentar y reubicarse a los cientos de miles de refugiados hutus a su regreso a Ruanda. En ellos debe concentrarse el grueso de la ayuda humanitaria, lo que favorecerá el regreso de los que quedan en Zaire. Con estos refugiados regresan también milicianos bien armados. Filtrarlos sería una labor difícil, pero imprescindible para la estabilidad de la zona.

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Es urgente aclarar quién los armó. Las informaciones de que fueron Francia, el Reino Unido y otros países los que vendieron armas a los milicianos hutus ruandeses requieren una tajante clarificación. Detrás de los movimientos ahora humanitarios de algunos Gobiernos se esconden políticas de potencia neocolonial. Francia no sólo está interesada en una acción humanitaria, sino también en una presencia militar que sirva de cuña para estabilizar un país de la importancia regional de Zaire, que ha entrado en un proceso de transición.

Para disipar estas dudas y plantar una semilla de futuro sería aconsejable que la eventual fuerza multinacional, si se constituye, cuente con una nutrida participación africana, en particular de Suráfrica, con todo el apoyo logístico y financiero necesario de los países occidentales. Se gestaría así el embrión de una fuerza africana que ese continente precisa.

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