Hechos y palabras
Siempre me produce una soterrada irritación la exageración interesada de la discrepancia entre la realidad política (los hechos) y el discurso político (discursos, debates y otras propagandas); el caso es que ya me debería haber acostumbrado, pero no lo consigo, y bien que lo quisiera, porque acumular palabras sobre palabras es tarea más fácil que hacerse el juicio a través de la selva de los hechos, y no porque éstos sean selváticos, sino porque se envuelven en la maraña o el celofán con lazo del discurso político.Un ejemplo reciente: el famoso debate presupuestario, por la fama de que va precedido, más que la que merece; he creído deducir, de los hechos y propuestas, que la diferencia entre las del Gobierno y las del principal partido de la oposición se reducen, con identidad en las aspiraciones de déficit, a un incremento del gasto, en las propuestas de esta oposición, de unos 500.000 millones de pesetas (no llega al 21% del gasto global), o menos, financiadas convencionalmente con anticipos en el pago de impuestos, es decir, mediante el sistema de decirles a algunos contribuyentes que paguen antes lo que de todos modos tendrán que pagar después. Presupuestariamente, poca cosa, pero ¡ah! el glorioso debate: se ha planteado como enjuiciamiento del pasado y descalificación del presente, pero poco que ver con la vulgaridad presupuestaria: ustedes no cumplen sus promesas; ustedes nos dejaron sin posibilidad de cumplirlas; y todo ello, rodeado de fuegos de' artificio y otras gracias, muy celebradas por el público asistente; el que quiera juzgar el presupuesto por el debate, está listo; al fin, una exhibición contorsionista, y a votar, que es lo que vale. Es para preguntarse: ¿el debate ha. sido clarificador? Les recomiendo leerse el presupuesto, un resumen, vamos, las propuestas estrictas de la oposición, y olvidarse del debate.
Otra realidad que no cesa: los muertos de los GAL. Y digo que no cesa en cuanto realidad que fue y, desde entonces, es; es una realidad congelada, que no se ha enriquecido con nuevas aportaciones; pero que resulta inamovible; pero se resiste a salir en toda su lucidez, su claridad: unos se empeñaan en la oscuridad; otros esquivan los muertos, que en este caso son cosa incómoda; otros los enarbolan. Y todo ello rodeado de discursos, discursos, fintas, molinetes y otras distracciones. Mejor discurrir que oír los discursos, se lo aseguro. Partan de los hechos, los muertos en primer lugar, y lo que hasta aquí son otros hechos inamovibles. Y a partir de ahí, cierren los oídos, y discurran. Podrán, al menos, llegar, en paz y silencio, a alguna conclusión, incluso a alguna convicción. Como un jurado, tengan por no oído lo dicho fuera, que es todo.
Otra preocupación: las conspiraciones; si usted lee con atención los discursos de los políticos y los de los periodistas podrá llegar a la conclusión de que vivimos en orgía conspiratoria o, al menos, simuladora: los políticos, los empresarios, los sindicatos y demás, todos a lo mismo, el conspirar que no cesa, eterno, repetitivo, obsesivo, o el designio falaz: donde no hay conspiración o disimulo no hay vida, parecen pensar; eso al menos es lo que dicen los descubridores de contubernios y razones ocultas, a los cuales a su vez los descubiertos imputan otras subterráneas aspiraciones; se llega a tomar una conciencia calderoniana: que toda la vida es sueno, y los sueños, sueños son. Pero si se dirige alrededor una mira da, no inocente, pero al menos descansada, se encuentran, muchas realidades tangibles, que han supuesto un esfuerzo no meramente conspiratorío, e imputables en buena medida a políticos de toda laya: obras, servicios, hospitales, transportes, comunicaciones, espectáculos, pensiones, salarios, vacaciones, muertos, humillados, y muchas cosas más, no una realidad sin dolor y sombras, pero una realidad que sin los políticos no se hubiera logrado. Servidumbre de la política: hay que hacer unas cosas mientras los oponentes les imputan pretender otras, para que los aspirantes las denigren hasta que lleguen a hacer cosas que serán denigradas por otros aspirantes, y de todos quedará la imagen, entre todos cocinada, de que son conspiradores protervos, servidores de intereses espurios: es el precio que pagan por la democracia electoral, ya que están convencidos de que al elector se le gana por la descalificación del contrario más que por la fuerza de los hechos y la bondad del propio discurso; o sea, que parten del supuesto implícito de que a la gente, para tenerla de su parte, hay que engañarla, o, cuando menos, distraerla del problema real; una estafa democrática, como si éste fuera un régimen en que la gente elige con acierto entre discursos falsos; lo cual puede ser verdad, quizá tiene el buen sentido de oírlos como quien oye llover.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.