Un millón
Si eres columnista y te toca escribir una columna mientras más de un millón de personas agonizan en África, te resulta muy difícil hurtarte a la íntima necesidad de decir algo. Y, sin embargo, ¿qué decir? Una columna sobre el horror de la violencia es un tópico inmundo a estas alturas. Todos aseguran estar en contra de la guerra, empezando por los militares. Todos aseguran estar en contra de la violencia, incluidos los violentos. Todos aseguran estar a favor de la libertad, especialmente los tiranos. Quedarse en un floreo de palabras (condena, espanto, contenida emoción, fina sintaxis) no es más que calmar la inquietud personal a un precio muy barato. Porque el caso es que se pueden tomar medidas tangibles en el Zaire. Eso es lo increíble del mundo actual: que es posible actuar, que es posible influir en cualquier rincón del planeta de manera inmediata. Sólo hay que querer hacerlo: como quisieron los norteamericanos, por ejemplo, cuando Sadam invadió Kuwait. Ahora los tutsis zaireños, apoyados por Ruanda, están masacrando a los refugiados hutus del Zaire (hace dos años sucedió al revés: la matanza fue de tutsis). Claro que aquí no hay un botín de petróleo a repartir, así es que las fuerzas internacionales andan más bien remisas a la hora de defender la libertad y la vida. Pero no quiero regodearme con el típico panfleto antiimperialista: cuando el columnista suelta un lindo panfleto también calma su ansiedad sin lograr nada (aparte de cultivar su clientela). Prefiero ser posibilista y asumir lo real. Y la realidad es que se puede y se debe intervenir en Zaire. La ONU debe mandar fuerzas suficientes, fuerzas preparadas para usar las armas si es necesario. En estos instantes, más de un millón de personas deambulan perdidas, enfermas, sin alimentos, perseguidas. Están muriendo, y cada día que pasa es demasiado tarde.
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