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El novelista va al cine

Javier Marías

Hace más de cuatro años, el productor Q y la directora Q propusieron al novelista M realizar la adaptación cinematográfica de su novela Todas las almas, que transcurre en Oxford. M contestó que no creía que ésa ni ninguna otra obra suya reciente fueran adecuadas para su traslación a la pantalla, pero Q y Q, como era preceptivo, se mostraron confiados, entusiastas y aun zalameros. En una de las conversaciones previas a la aquiescencia le M, Q el Mayor le habló de la relación hmosexual entre dos personajes del libro, Toby Rylands y P. E. Cromer-Blake. "No ay nada de eso, ni la menor insinuación", respondió M atónito. ¿No? ¿No han sido amantes? Se dice que Cromer-Blake es homosexual, y no se descarta que Rylands también lo sea". "Y qué", dijo el novelista, "se trata de una relación de maestro y discípulo, paterno-filial a lo sumo, nada más". Aun así Q insistió con una pregunta en verdad genialoide:¿Estás seguro?". M pudo haber sido sarcástico pero no lo fue, e limitó a contestar o obvio: "¿Cómo no voy a estar seguro, si el libro lo he escrito yo?". M, ingenuo, respiró con alivio creyendo haber atajado a tiempo un grave malentendido de lectura.

Se acordó que el novelista no intervendría en el proyecto, pero también que la productora Q le mantendría informado de las diferentes fases del proceso de guión y realización, "de forma que se garantice el respeto de la adaptación cinematográfica al espíritu de la obra". Pasó el tiempo, y M fue discreto: no anduvo inquiriendo, esperaba siempre a ser informado. No lo fue mucho, y sobre todo lo fue cada vez menos. Cuando supo de la existencia de un guión, lo solicitó varias veces sin éxito, hasta que se impacientó y por fin le fue enviado. Lo leyó y quedó perplejo, pero como M es muy aficionado al cine y sabe que un guión no es una película en mayor medida que los planes de un arquitecto son el edificio o una partitura es la música interpretada, calló y esperó a ver si los guionistas Q y Q mostraban interés por conocer su opinión. No mostraron ninguno, ni volvieron a dar señales de vida en mucho tiempo. M siguió algunas vicisitudes del rodaje en Oxford sólo por la prensa, o a través de un conocido suyo oxoniense que intervino en él como extra. Por la prensa se enteró del término de ese rodaje, y por ella supo, meses más tarde, que "la adaptación" de su novela se presentaba a concurso en el Festival de San Sebastián. En declaraciones de Q o de Q, leyó que El último viaje de Robert Rylands trataba "de la homosexualidad y la eutanasia". Algo milagroso, dado que en su novela no hay ninguna eutanasia y la homosexualidad aparece como algo lateral y anecdótico. Nunca vio un cartel ni un folleto, nunca fue consultado respecto a cómo debía aparecer su nombre en los títulos de crédito. Tuvo que ser él quien, ante la inminencia del estreno, se dirigiese al productor Q para que le dejaran ver la película antes, y por fin la vio el lunes 14 de octubre de este año. En los títulos de la versión original en inglés leyó: "Una adaptación libre de Todas las almas..." Pensó que, como adaptación, más que libre era loca, lo pensó según transcurría el metraje.

Y como M no era otro que quien esto firma, paso sin dificultades a la primera persona. No hace falta decir que una de las bases de la cinta es la relación homosexual de Ryland (que ya no se llama Toby) y Cromer-Blake (que se llama Alfred ahora, quizá por Hitchcock): no había malentendido hace cuatro años. Como en la novela, hay un profesor español, y quiero creer que el literario no es tan pánfilo como el cinematográfico. Cromer-Blake, sigue enfermo. Como en la novela, hay un aya hindú, pero no es la misma, en la pantalla vemos al tópico personaje exótico, sapiente y casi adivino, un cliché. El Ryland viajero sólo tiene que ver con Toby en lo externo: aquí es un tipo insoportable y borde que se pasa hora y media soltando imperteinencias sin cuento en el mismo tono y con el mismo gesto, un personaje plano que no se entiende por qué despierta variadas pasiones multisexuales cuando lo natural sería cruzar la calle nada más verlo. Tuvo un amor intenso -se nos dice, no lo notamos- con Cromer-Blake, pero una tarde se acostó con la hermana de éste, Jill, con tanta puntería que le hizo una hija, la cual, con 10 años, ignora quién es su padre. Es Jill, que no existe en la novela, es casualmente enfermera para que pueda enterarse de la enfermedad mortal de su hermano sin ningún problema. Aparece un estudiante negro que nunca habría sido admitido en Oxford: no por su raza, sino por sus absurdos modales más bien propios de Berkeley en los años sesenta y por su pésimo e incomprensible acento en la lengua que estudia, el español. Todo es melodramático y más bien solemne, la historia parece salida de un culebrón de sobremesa, con sus paternidades secretas, sus sexualidades triangulares y su viril eutanasia. El humor y la ironía de la novela están ausentes.

La dirección es mucho mejor que el guión y trata con sobriedad bu liada sobrio material. La música es excelente, y buena la fotografía. El actor Ben Cross hace un Cromer Blake convincente, y el veterano secundario Maurice Denham está magnífico en sus breves apariciones. Hay un exceso de travellings que no logran su propósito de emocionar, y a veces tuve la impresión de estar viendo una serie televisiva de la BBC: cuidada, decorosa, academicista, sin atrevimiento ni inspiración. Los diálogos son inverosímiles a menudo, pero no me parecieron tan "estupefacientes " como a la revista inglesa Time Out. En algunas escenas me descubrí impacientado, dando golpecitos con un pie en el suelo, y en algún momento abochornado, pensando: "Santo cielo, habrá gente que creerá que esto está en mi novela". Salí de la proyección ... Bueno, dejémoslo.

Los críticos españoles han encontrado la película estupenda y el guión perfecto. Puede ser, a mi juicio no tiene especial valor a ese respecto. Pero sí lo tiene a la hora de juzgar, pues quién podría si no, "el respeto al espíritu de la obra", nulo según mi juicio. Tanto si El último viaje de Robert Rylands es una obra maestra como si es espantosa, en todo caso tiene muy poco de la letra y nada del espíritu de Todas las almas. Yo, por otra parte, estaba convencido de que los artistas trataban bien a sus fuentes de inspiración. Después de esta primera experiencia, dudo que permita que ninguna otra obra mía sea "adaptada" al cine: nadie me aseguraría que el padre y el hijo de Corazón tan blanco no fueran a cometer incesto o que el narrador de Mañana en la batalla piensa en mí no fuera a querer acostarse con el niño de dos años en vez de con su madre, Marta, y quedara convertido en un pedófilo. Demasiado riesgo para estos tiempos.

Javier Marías es escritor.

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