El lado mágico de un oficio
Su corto itinerario profesional dice que Gracia Querejeta es una directora de cine en pañales: sólo tiene detrás dos largometrajes. Pero el segundo de éstos, El último viaje de Robert Rylands, dice que esta aprendiza ofrece rasgos de maestra pese a estar todavía en busca de la plena posesión de su oficio.Da siempre algún fruto rebuscar en la sombra del oficio de hacer cine. A la gente que dirige películas se les beatifica como artistas porque pueblan titulares de periódicos. Pero lo cierto es que dirigir películas con guantes puestos y el añadido de algún ingrediente abrillantador o digestivo puede ser -y es moneda común en las nóminas del quién es quién en el cine- un trabajo sin más escollos que el de hacer botijos: una habilidad adquirible y al alcance de cualquier vecino. El oficio de dirigir una película conlleva a veces (pocas) complejas alquimias de creación artística, pero en ocasiones (muchas) es un tenderete de fachadas a ras de suelo, en el que no hace falta deslomarse para topar con directores que ocupan un lugar en la nómina de la celebridad mundial, y luego, cuando se sondea en sus talentos, resultan ser unos asombrosos (por eminentes) mendrugos.
El último viaje de Robert Rylands
Dirección: Gracia Querejeta. Guión: Gracia Querejeta, basado en la novela de Javier Marías Todas las almas. Fotografía: Antonio Pueche. Música: Angel Illaramendi. Intérpretes: Ben Cross, William Franklyn, Carthy Underwood, Kenneth Colley, Gary Piquer. España, 1996.Estreno en Madrid: cines Roxy B, Canciller, Acteón y Princesa y Renoir (Cuatro Caminos) en V. O.
De ahí que la palabra oficio enuncie indistintamente los dos lados irreconciliables de un territorio industrial en el que coinciden (y no hace falta decir que chocan) la parte rastrera (simulación de creación) y la parte sublime (pasión de crear) de la fabricación de películas. Con oficio se visten de algo las incontables nadas que abarrotan las pantallas, pero sin oficio no hay manera de que el puñado de directores de películas que tienen algo que decir lo digan y de que el puñadito de quienes arrastran la carga de profundidad del talento lo hagan aflorar y se liberen de esa su carga creando libertad en los contempladores, a quienes amordazan y amarran a una butaca..
Gracia Querejeta da en El último viaje de Robert Rylands puñetazos de oficio en cuanto vehículo de libertad. No ese oficio habitual que sirve para encubrir vacíos, sino ese otro oficio excepcional que sirve para desvelar plenitudes. Robert Rylands es un filme inteligente y astuto, pero bajo su aparente frialdad esconde dolor y generosidad y está admirablemente compuesto y cerrado sobre sí mismo en una escena final de grande y hermosa sabiduría. Procede de una novela, pero no se percibe esta deuda. Su escritura no es traslación mecánica a la pantalla de una peripecia novelesca, sino conversión de un lenguaje literario de alta pureza en disparadero de un lenguaje filmico igualmente puro y, por tanto, situado en cuanto lenguaje en una antípoda de su desencadenante. Gracia Querejeta convierte el texto en pretexto y barre de ese pretexto todo punto de vista de lector, para llenar el. hueco dejado por este vaciamiento con el bordado de tiempos e imágenes que requiere crear un punto de vista de espectador.
En la actual epidemia de novelitis que padece el cine español, Robert Rylands es la reconfortante excepción de un verdadero travase de escritura literaria a cinematográfica. Parte de una excelente novela, pero la película crea su propia excelencia con independencia de su partida.
Es la única manera libre de afrontar tan delicada tarea, que sólo unos pocos directores fuera de norma -para orientamos, Robert Bresson cuando extrae de Crimen y castigo de Dostoievski su Pickpocket- han resuelto. Las incursiones del cine en un mundo literario casi siempre chirrían o son epidérmicas. Hay excepciones como ésta, pero no muchas, mientras se abre paso una lógica de producción que no promueve la escritura cinematográfica genuina y cree resolver la terrible carencia con este plumazo: convertir a destajo novelas en filmes, cuando esto (si la novela convertida tiene entidad) supone una enorme, casi insuperable dificultad.
Zonas ocultas
Pero Gracia Querejeta elude la línea de menor resistencia. Dueña de noble oficio, abre (ágilmente, con dominio de lo indirecto y lo elíptico) un vigoroso cauce cinematográfico para hilos de un relato literario que su mirada convierte en otro relato, éste, imposible de contar fuera de una pantalla. Su filme está lleno de conmovedoras evidencias, pero de aún más conmovedoras zonas ocultas, que hacen palpitante (lo que añade misterio a su emoción) la transparencia que brota hacia fuera de un filme que construye uno de los más cálidos y elegantes relatos de amor que (con Cosas que nunca te dije, dirigido por Isabel Coixet, otra aprendiza) ha emprendido el cine español.
Babelia
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