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Tribuna:COMER, BEBER, VIVIR
Tribuna
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Merienda en el Bierzo

Quien no haya visitado el Palacio de Canedo, a dos kilómetros de Cacabelos, a diez kilómetros de Ponferrada, provincia de León, no tiene más que una salida con puertas que se abren de par en par: ir al Palacio de Canedo. Lo primero que va a toparse es con Prada a Tope, es decir, con la Moncloa, el multirestaurante-teatro-palloza (antigua morada berciana) de José Luis Prada, o lo que es igual: acercarse al primer Jesucristo profano y redentor, en su templo sagrado, de la Poza del Bierzo, esta región inspirada por Goya y acongojada desde hace anos que lloriquea ingenuamente porque se le acabó el esplendor de la silicosis y de la muerte del carbón de antracita, todo consolado torpemente por un dinero. Prada a Tope no hay que explicarlo. Hay que ir a conocerlo en su tinglado futurista, aunque ya se puedan adelantar por escrito algunos trucos de lo que en su tope es el progreso de la humanidad.Primero, por ejemplo: el Bierzo tiene una tierra, un clima, una estructura montañosa, un nivel cálido respecto al nivel del mar que gritan y gritan para quien quiera y ame: "Elabore usted vino". Tiene el Bierzo unos pimientos que no piden más que lo que hace Prada: cultivarlos, elaborarlos, entarrarlos don 40 señoras trabajando con amor al am1 paro de toda la tecnología y exigencias sanitarias indispensables y venderlos con su enseña ya universal Prada a Tope. El Bierzo, a pesar de la terquedad de no pocas gentes autóctonas y con un cierto mando, tiene cerezas y guindas y castañas y cecina y lomo y chorizo y queso de oveja con los que Prada a Tope canta una suerte medio épica de muñeira-rock-gallego-berciana que, antes de Macarena (de Los del Río), ya cantaban casi todos los españoles que estaban "al loro".

Y punto y aparte hay que decírselo a los vinos de Prada a Tope. El que se atreva que le eche un tiento a Palacio de Canedo Reserva del 91. La uva del Bierzo es la mencía, pero Prada ya le ha tirado los tejos a la merlot "la que santifica el universal Pétrus francés", a la cabernet sauvignon (la diosa de los burdeos) e incluso al shyra, la uva más inteligente de la cuenca del Ródano, también francés, que ha hecho célebre al vino australiano en el mundo; e incluso ya ha vendimiado este año la blanca chardonay, con la que comienza a sustanciar en términos fundamentalistas su Xamprada, que no es ni cava catalán ni champaña francés, sino un vino espumoso de esta tierra. Y no hay que hablar aún de los vinos bercianos que, no tardando, serán universales, porque siguiendo el rastro de Prada a Tope, entenderán con la tecnología y con el amor que el vino es un futuro ineludible del Bierzo.

Prada a Tope, artífice obseso, intuitivo y sabio de la nueva riqueza futurista berciana del año 2000 y siguientes, fue quien el otro día nos dijo a una docena de personas lo que era una merienda (que no se ofendan las señoras, señoronas y señoritas de las tortitas con nata y caramelo: bendita sea). Nos subió al corredor del Palacio de Canedo, nos atiborró, según el gusto, con la artillería pesada de la región: cecinas, lacones, lomos, chorizos, empanada indescriptible de conejo y vinos -ayudado por su hija/enóloga Adela, por su señora Lucía y por su factótum Julio -hasta que Dios dijo: "¡Basta!". Y esto sin hablar de las cerezas en aguardiente, las guindas, las peras, las castañas, los higos en almabirado coupeiro ,etcétera, las veces que cada cual le venga bien, porque no nos atrevimos con el botillo.

Y todo, desde el corredor del Palacio de Canedo, mirando al otoñal Bierzo bajo, escenario de viñedos y, de frutales y de ensoñaciones y de futuro...

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