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Tribuna
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Una ampliación irrebatible

A propósito del fallo sobre el concurso, para la ampliación del Prado, me parece oportuno hacer algunas reflexiones al respecto. En primer lugar, que se puede -y se debe- opinar y discutir lo que cada cual estime oportuno respecto, no ya, por supuesto, de lo que el jurado correspondiente decidido, sino también sobre cuaIquier otra opción o idea que pudiera resultar enriquecedora o mejor en cualquiera de las restantes fases de proyecto, cuando no fuera aún factible. Porque mantener, en este caso, una postura tajante y dogmática, a la defensiva, aparte de frustrar innecesariamente el debate y limitar el proyección social de una inicia tan importante, redundaría contra de lo que se quiere lograr: lo mejor entre lo posible para la ampliación del Museo del Pardo.Recuerdo a este respecto el formidable guirigay que se organizó en Francia con motivo de la construcción de la célebre pirámide del Louvre diseñada por Peí. Pero me entusiasmó el buen talante de éste, cuando, tras soportar el aluvión de críticas, en las que, huelga decirlo, había todo, bueno y malo, le confesó a un entrevistador de un importante rotativo francés su misión personal: "No sé; pero desde que he llegado a París, me toca almorzar con un francés, que previamente ha desayunado con Luis XIV".

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No sé cuántos habrá aquí que desayunen con Felipe IV, el Conde Duque de Olivares o hasta con Velázquez, aunque sospecho que bastantes, pero no me parece mal, como a Peí, que nos cuenten sus impresiones, incluso, si es el caso, cuando su conversan, en plan visionario, sea con más allá del futuro.

Otra cuestión es, a mi juicio, y distinta, el negar que tal ampliación del Museo del Prado sea estrictamente imprescindiblele, y no sólo por sí, sino por lo que, a través de ella, se ventila o significa: el que se saque al museo de su paralizante situación de arasmo. Aclaro que, cuando afirmo que la ampliación es objetivamente imprescindible, no me refiero, por tanto, al discutido y discutible modo de cómo se ha de interpretar y llevar a cabo algo que, además, a juzgar por lo que yo he podido leer u oír al respecto hasta el momento, es lo único que se ha hecho. Y es que, incluso los más enfrentados con la idea de salir del edificio de Villanueva, que alegan el peligro de caer en la trampa de lo espectacular desnaturalizador, no proponen dejar las cosas como están, entre otras cosas porque al histórico edificio le faltan entradas adecuadas, con sus correspondientes guardarropas y una fluida circulación de visitantes, como no tiene servicios sanitarios suficientes, ni decorosos, ni áreas de descanso, ni todo el complejo entramado de servicios de información, atención, venta, salas y aulas de difusión, etcétera.

Todas estas necesidades y servicios eran hasta hace poco imprevisibles, porque ni el público visitante acudía en las cantidades asombrosas que ahora lo hace, ni, sobre todo, se comportaba y exigía lo que ahora demanda. Otro tanto ha ocurrido con la dinámica creada por la nueva museografía, que ha requerido una transformación drástica del, espacio disponible, de tener que dotarse de sistemas de acondicionamiento térmico y atmosférico, de seguridad en todas sus dimensiones, de almacén, de modernos y diáfanos gabinetes de restauración, de tecnología de análisis físicoquímico, biblioteca, archivo, departamentos de conservación, etcétera. Todo lo cual, hasta el presente, se ha tenido que conseguir por el único procedimiento disponible: utilizar para ello las tradicionales salas de exhibición de las colecciones.

No se trata, pues, de discutir si hay cuadros o esculturas que no se pueden ver ahora por falta de espacio, sino que, además de lo que ya se ha sacrificado por este motivo, se tendría que sacrificar mucho más en el futuro, dejando al lado la espinosa cuestión de que un museo que está vivo debe incrementar sus fondos de forma constante. De manera que, de una u otra forma, ¡ustedes me dirán!

Ahora bien, eso no significa que, en el proceso de ampliación que está en curso, no se hayan cometido errores y precipitaciones, por lo demás, algunos ya subsanados, y, otros, subsanables. Lo fue, por ejemplo, señalar como lugares aconsejados para la ampliación edificios que tenían otra función y uso asignados, sin previamente negociar u cambio jurídico, ni administrativo -caso hasta hace bien poco del Museo del Ejércitó- o, todavía peor, proponer lugares de propiedad no estatal y, cuanto menos, de conflictivo valor patrimonial -caso sin resolver del Claustro de los Jerónimos- En esta misma línea, me resulta una limitación incomprensible haber trasladado a las bases del concurso estas designaciones preconcebidas.

Pero mi verdadera preocupación no termina con el fallo del actual concurso, sino que, sea cual sea su idoneidad, empieza a partir de lo que entonces se haga. Quienes conozcan lo que ha sido en nuestro país "el estado de obras" en un edificio de altísimo valor emblemático y de conflictiva supervivencia, funcionamiento y gestión, sabrá a qué me refiero. Ahí está el Teatro Real, pero tampoco hay que remontarse a la noche de los tiempos para recordar esa famosa valla, que, durante casi 20 años, "adornó" el Prado a partir de los años sesenta o los últimos 15 años de acondicionamientos de sus salas, o la transformación ahora mismo iniciada de las cubiertas... De manera que imagino -si no hay diligencia- a un turista preguntando: "¡Oiga! ¿Cuándo este museo no ha estado en obras?

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