Sociedad y cooperación: ¿un futuro con menos posibilidades?
A lo largo de 1994 acabó fraguando en nuestro país un amplio movimiento social de respaldo a las ONG con vocación de cooperación al desarrollo, que traslucía el interés de la sociedad por participar activamente en la acción exterior y evidenciaba una amplia sensibilidad por la problemática del mundo en desarrollo. En poco más de una década habíamos pasado de ser un país receptor de ayudas a ser donantes, a crear y a afianzar las estructuras gubernamentales de gestión de la AOD (Ayuda Oficial al Desarrollo), a diseñar programas de cooperación de calidad -como así lo reconoció el Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE en el examen de España de 1994- y a lograr un claro interés de la sociedad por estos temas.Así, en 1994, amplios colectivos pasaron a reclamar nuevos incrementos en el esfuerzo de ayuda exterior y más agilidad para integrar a los actores sociales en la acción de cooperación. Se llegó así al movimiento de miles de jóvenes a favor de incrementar los fondos de ayuda al desarrollo y de potenciar las Organizaciones no Gubernamentales. Era el otoño de 1994.
El pasado 19 de julio, la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional y para Iberoamérica publicitaba las, nuevas reglas de financiación para las ONG, introduciendo la cláusula de antigüedad a cinco años para solicitar fondos públicos. Esta cláusula actuará sin duda como un freno a toda la dinámica de asociacionismo en materia de cooperación que con tanta ilusión y energía ha ido creciendo últimamente. Esta nueva normativa supone en cierta manera una ruptura dolorosa con la historia reciente de nuestro país en lo referente al movimiento de las ONG.
Cabe repetir que somos un país joven en este terreno, y que sólo a partir de la segunda mitad de los ochenta empezó a transferirse fondos significativos para la cooperación bilateral a la sociedad civil: en pocos años se pasó de cifras meramente simbólicas (¡60 millones en 1984!) a 12.000 millones de pesetas en el último ejercicio. Por ello fuimos un país con escasas ONG hasta esas fechas, y el movimiento de creación y fortalecimiento de las ONG impulsado por la política activa del Gobierno anterior ha ido ganando Importancia con el tiempo.
En consecuencia, debemos tratar a las ONG en España como sector naciente necesitado de apoyo y no de contención y freno. No podemos olvidar que los jóvenes -y menos jóvenes- vieron en las ONG una forma de participar en la acción exterior, que hasta entonces era monopolio de Estado, cuyos rígidos mecanismos de contratación impedían dicha participación. Y así se llegó a las acampadas y a las amplias movilizaciones de ciudadanos en el otoño del 94, con un entusiasmo que no ha hecho sino acrecentarse. Son muchos los jóvenes que quieren contribuir a crear y a desarrollar ONG para ayudar a colectivos necesitados de África, Asia o América Latina. Y el Gobierno debe amparar, respaldar y ofrecer asistencia técnica a estas organizaciones si en el proceso de crecimiento presentan debilidades propias de todo cuerpo vivo que se dirige a la madurez.Establecer que no se podrán conceder ayudas a ONG que no tengan cinco años de antigüedad supone no otorgar confianza a los recientemente incorporados. Cerrar la puerta a la creación de nuevas ONG al bloquearles un canal de financiación fundamental es confundir fondos públicos con dinero del Gobierno. Con esta medida se frenan las posibilidades de iniciativa de muchos colectivos que quieren contribuir a ensanchar la base plural de nuestra cooperación. La vía de actuación lógica hubiera sido más bien reforzar las medidas de apoyo técnico al desarrollo de las ONG, animando así a los ciudadanos a participar en la cooperación. Lo idóneo es ayudar a organizarse, lo rechazable es frenar el proceso de crecimiento y diversificación de las ONG y tomar medidas sin diálogo previo, sin negociación con las partes.
En la justificación de las medidas adoptadas se ha recurrido a la comparación con la situación de nuestros socios europeos. Se ha ignorado con ello que las trayectorias de dichas cooperaciones y la nuestra son casi inversas. La cooperación francesa, alemana, británica o sueca data de los cincuenta, cuando España aún estaba en el subdesarrollo, la autarquía y la dictadura. La cooperación española apenas cuenta con una década de existencia y debe seguir creciendo. Las cooperaciones de los otros países europeos pasaron hace muchos años su estadio de juventud. Hasta la fecha, la política de cooperación había obedecido a un doble objetivo: contribuir al esfuerzo de solidaridad internacional en línea con nuestra política exterior, y ser cauce para la participación de nuestra sociedad en estas tareas. En esta línea se apoyó la creación y desarrollo de las ONG y el inicio de programas gubernamentales orientados a impulsar el desarrollo y lograr una amplia incorporación a la sociedad en estas tareas. Programas como Intercampus, Ibercomett, Mistral y el servicio de prestación social sustitutoria en el exterior son algunos ejemplos de los últimos años. Todo lo cual parece hoy amenazado sin que se sepa qué va a sustituirlo, ni qué ganaremos con este afán de arrasar lo que funciona y no saber qué aportar de nuevo y de concreto. Justificar esta política sin futuro por motivos económico-presupuestarios no parece aceptable: mientras que España entrega anualmente a la Unión Europea 40.000 millones de pesetas para la Convención de LOME de los países ACP (África, Caribe y Pacífico) y administra 80.000 millones en créditos FAD (Fondo de Ayuda al Desarrollo), no hay justificación alguna para reducir lo poco que tenemos en cooperación bilateral no retornable. No podemos olvidar que esta pérdida no llega al 10% demuestra AOD.
Cuando, en el informe anual de Naciones Unidas sobre Desarrollo Humano, España se sitúa en el décimo lugar de los 180 países encuestados, muy por encima de nuestro lugar en renta per cápita, se debe al gran salto producido en esta última década en bienestar social, modernización física, avances en tolerancia, libertades y derechos humanos, y por último, pero no menos importante, por los logros conseguidos en solidaridad y cooperación internacionales, en los que las ONG han tenido un papel fundamental.
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