Burundi, vivero de exilio
La ONU se prepara para un nuevo éxodo masivo si el golpista Buyoya no logra cortar las matanzas tribales
ENVIADO ESPECIAL"Bienvenidos a Cibitoke", dice el carcomido cartel de tráfico al cruzar los lindes de esta provincia norteña de Burundi en un escuálido convoy de ocho taxis y dos furgonetas del Ejército y la gendarmería burundesas. El enemigo, la guerrilla hutu que ataca desde el lado zaireño de la frontera, acecha y los controles militares se suceden. Pero hoy es un día de calma: el séptimo desde que el ex presidente y comandante tutsi Pierre Buyoya diera un golpe de Estado incruento en Bujumbura para, según sus palabras, "detener las matanzas". Los líderes de la región de los Grandes Lagos, donde más de dos millones de personas huyeron de sus casas tras el genocidio ruandés de 1994, están escarmentados y no están dispuestos a consentir que Burundi, donde han muerto 150.000 personas desde 1993, se convierta en el nuevo estercolero regional de la muerte. El miércoles impusieron duras sanciones a Bujumbura y exigieron a Buyoya que se siente a, negociar con todas las partes, incluidos los rebeldes hutus. El nuevo Gobierno, que ayer decidió suavizar el toque de queda, ha declarado que sobrevivirá a las sanciones y las ha calificado "injustas''.
Los 60 kilómetros entre Bujumbura y Cibitoke transcurren por un paisaje agostado por la estación seca y despanzurrado por la violencia. Pueblos arrasados, casas desmenuzadas hasta los cimientos por excavadoras y dinamita. El campechano comandante militar de Cibitoke, Albert Ndikunasabo, un calvo patilludo de 43 años, atribuye a los atacantes la paternidad de las casas reducidas a escombros a lo largo del camino. Cuando se le pregunta si no es cierto que los atacantes (rebeldes hutus) se sirven de las casas como escudos para atacar al Ejército y que después la tropa contraataca y arrasa las viviendas, Ndikunasabo se excusa diciendo que no puede decir nada, que él sólo se ocupa "de la gendarmería de Cibitoke y de la población civil".
Estamos en la región de los Grandes Lagos, en el corazón de África, y en Burundi, país donde, desde que hace tres años fuera asesinado Melcior Ndadaye, el primer presidente elegido democráticamente en el país, y para colmo un hutu, miembro de la desposeída etnia mayoritaria, la guerra, la utilización del factor étnico como condición para la muerte, ha precipitado en el pudridero, el odio implacable y la violencia más cruda. Fuentes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Bujumbura no muestran demasiada confianza en la capacidad de Buyoya-para encauzar el país.
Nueva oleada
"Estarnos preparados. Si Buyoya fracasa a la hora de atajar la impunidad del Ejército y los ataques de los rebeldes hutus, las matanzas volverán con toda su crudeza, el país se hundirá en el caos y podemos enfrentarnos a una nueva oleada de refugiados burundeses que podría llegar a las 7.000 personas que buscarán refugio en Zaire, Tanzania y Ruanda". Dentro de las fronteras de Burundi, la violencia interétnica ha balcanizado el país y ha desplazado a casi un millón de personas, sin contar a los 67. 000. refugiados ruandeses que ya han sufrido en carne propia los intentos del ejército de obligarles por la fuerza a volver casa. Otros 200.000 burundeses se encuentran refugiados en Tanzania y Zaire.El ACNUR reconoce su fracaso a la hora de hacer volver a casa al casi millón y medio de personas refugiadas al este de Zaire o al medio millón largo que hace tres años creó ciudades de la nada al oeste de Tanzania. El último invento ha sido la instalación de vídeocentros en los campos de refugiados con nombres cargados de buena voluntad: Ogata, Mandela, Nyerere, Martin Luther King y Gandhi, en los que se proyectan imágenes recogidas en los propios pueblos de los refugiados para mostrarles que pueden volver sin peligro. Pero, ¿cómo convencerles después de lo vivido, después de las operaciones de limpieza que ejecuta en la frontera el triunfante protutsi nuevo Ejército ruandés, o de las cárceles saturadas donde se hacinan esperando un juicio que no llega los sospechosos de haber participado en las matanzas de la sanguinaria primavera de 1994, o de las operaciones de castigo que el Ejército burundés emprende indiscriminadamente en las colinas del campesinado hutu tras cada operación de la guerrilla hutu, o de vivir mejor que buena parte de la mayoría de los vecinos de su tierra de adopción en Tanzania, Zaire, Ruanda o Burundi? Y en el caso sobre todo de los ruandeses, ¿cómo van a volver si en la locura colectiva que llevó al exterminio de entre medio millón y un millón de ruandeses participaron con sus propias manos muchos de los que ahora están refugiados en Zaire y Tanzania?
No es extraño que el miedo campe en esta paradisiaca región de los Grandes Lagos convertida en un auténtico vivero de exilios, enclavada entre los confines de Africa central y África del este, sumida en el horror y la impotencia tras el genocidio de 1994, aunque tanto Ruanda como Burundi no han dejado de conocer matanzas entre tutsis y hutus después de que la independencia alterara para siempre el equilibrio que los reyes tradicionales habían logrado mantener y que la política colonial -favoreciendo a los tutsis frente a los hutus- empezó a corromper para siempre. Desde aquel abril funesto, que coronaba casi tres décadas de enfrentamientos instigados por políticos sin escrúpulos que han encontrado en la cuestión étnica una gasolina preciosa para sus intereses, los conflictos fronterizos, los movimientos de población, las crisis políticas, las matanzas y la inseguridad no han dejado de alimentar la hoguera en 1995 y en la primera mitad de este año. Y el golpe de Buyoya del pasado 25 de julio no ha sido sino un acto más en, la tragedia de una región desgraciada donde los inmensos lagos Victoria, Tanganika y Kivu reflejan un cielo tan límpido como engañoso. Las fronteras han sido borradas con los pies por miles de refugiados que huyendo del dolor han dibujado un nuevo país sin márgenes en el corazón de un continente condenado a establecer récords mundiales negativos.
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