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El loro y el boticario

Sacar de donde no hay es una fórmula nigromántica y un truco de feria, digno de la sentencia del Guerra: "No puede ser y, además, es imposible". El farmacéutico amigo, en la senda de otro colega, que despertó en Madrid la tradición de la rebotica y el gusto por la poesía y la discusión -casi siempre anduvieron juntas, y el vate, ya difunto, fue Federico Muelas-, procura, provoca y acepta la controversia en la penumbra de su establecimiento, donde nos reunimos, cuando ha echado el cierre.Hubo una tregua, una pausa, un interregno dialéctico, durante la inacabable tanda de corridas, por San Isidro, rito y tributo a las costumbres. Se habló de toros, no faltaba más, pero dándonos cuenta de que el tema era excesivo, las 23 corridas, 2 de rejones y 3 novilladas picadas. El mismo loro guineano se cansó de saludarnos con el injurioso vocablo "¡maletas!" desentendiéndose del asunto. Un corifeo vocacional se interesa por el tema obsesivo de la salud. Nunca está contento con las cosas. "¿Cómo se garantiza la asistencia médica, el problema de las listas de espera, los medicamentos gratis, la traída y llevada medicina familiar, vamos a ver?".

También en estos amistosos cenáculos hay críticos y renovadores, confiados y pesimistas. Uno blande el periódico con las declaraciones del ministro del ramo. "¿Quiere alguien explicarme lo que dice este señor?". Señala un párrafo donde campea el propósito de reducir el gasto farmacéutico, sin tocar al ciudadano. Le contesta otro, que quizá les aprieten las clavijas a los fabricantes de específicos. "Entonces, ¿por qué no lo dicen claramente?". Argumento de discusión. Sin acritud, le dicen al anfitrión: "Claro, tú proteges esta parcela, ¿no? Cuanto más caros los potingues, mayor es la comisión". Con gentil paciencia, la respuesta: "Pues no; estás equivocado. Dudo que encuentres a un farmacéutico partidario de los productos muy costosos, y no sólo por solidaridad o filantropía, sino por la propia conveniencia. El problema no está ahí, aunque se apunta y, enseguida, se escamotea la solución". El controvertido se atrinchera: "¿Es que la hay?".

"Dificil, porque falta la voluntad o, quizá peor, la capacidad para aplicarla. Si las cosas fueran simples este mundo sería muy aburrido. En el caso concreto, la única y factible posibilidad de coordinar los gastos sanitarios es recortar ahí donde se puede, ahorrar lo que no es indispensable, administrar dineros y recursos humanos con inteligencia". El zumbón: "¡No pides poco!".

El loro se llama Leandro y ha volado torpemente hasta el respaldo del sillón donde se acomoda el amo. Parece que la conversación le interesa. Interviene un tercero: "¿No hay demasiadas medicinas similares o equivalentes?". Con el gesto de quien vuelve a lo obvio, la respuesta se desgrana: "Ése puede ser el nudo del problema. Se malgasta por la sugestión inducida de que lo caro es mejor. De cercenar algunas malicias mercantiles, el ahorro es posible. Son pocas las drogas básicas, algo así como el chocolate del loro de la sanidad pública...".

Leandro inclina el pico, sintiéndose aludido. "El chocolate, en sí, es barato, pero si gastamos en cajas suntuosas, cintas de satén, envoltorios de celofán y publicidad en los cines de barrio y en la tele, lo externo habrá gravado mucho el cacao que sirve de soporte". Las medicinas originales y sus copias están protegidas, en beneficio de intereses privados. "Creía que era un mercado libre, aunque bajo control", tercia el que sólo está interesado en leernos soporíferos poemas, que no deberían ser permitidos sin receta médica. "Lo es, teóricamente, pero la forma de blindar determinados beneficios, exigiendo, por ejemplo, la bioequivalencia, en general innecesaria, para los llamados genéricos, protege y prima fórmulas que recorren una gravosa cadena de intermediarios, sin ventajas cualitativas. Es de las pocas partidas donde cabe reducir estos tremendos gastos en un 50% o 60%. En épocas de crisis no resulta aceptable, ni permisible, igualar por arriba; hay que hacerlo por abajo". El loro del boticario pareció resumir un general y perplejo estado de ánimo. "¡¡Maletas!!. La mayoría comprendió a quiénes se dirigía. Parece que soluciones, como meigas, haylas.

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