El perro somos nosotros
Un día como el de ayer, en tiempos de Franco, estábamos fumando hachís alrededor de la mesa camilla para sobrevivir al domingo por la tarde y a eso otro que sin duda era la juventud, cuando salieron por la tele las imágenes de una toma de posesión en la Academia. Los rostros, fascinados por aquellas escenas dignas de un documental del National Geographic, se dirigieron a la pantalla, por donde desfilaban individuos con frac dotados de cabeza, tórax y abdomen. El conjunto evocaba una reunión de artrópodos llenos de artejos y de palpos con los que realizaban movimientos de salutación cuyas pautas constituían un misterio.Luego pasó el tiempo y dejamos de fumar porque nos moríamos de miedo con las mismas cosas con las que antes nos matábamos de risa. Lo contaba muy bien, en un célebre artículo titulado El perro somos nosotros, la periodista norteamericana Marcelle Clements: entra un perro en una habitación de fumetas, se rasca la oreja, y todos se enganchan a ese gesto como si lo observaran por primera vez. Luego dejas de fumar, porque la curiosidad zoológica se ha transformado en delirium tremens, y al poco el perro eres tú.
En ésas estábamos cuando llegó la invitación a lo de Muñoz Molina, que es un escritor familiar en muchos sentidos, todos buenos, y que además está casado con Elvira Lindo, la inventora de Manolito Gafotas, con cuyas aventuras se duerme mi hijo pequeÑo cada noche poco antes de que yo me hunda en el insomnio. Así que tomé un taxi, pedí al conductor que me llevara a Marte, entrando por Ruiz de Alarcón, busqué un lugar discreto, y desde él observé la llegada de Rivas, Zúñiga, Justo Navarro, y Dios mío, me dije, somos el perro. O el insecto. Cada uno de nosotros tenía una cabeza diferenciada del tórax y un tórax diferenciado del abdomen, y habíamos desarrollado con los años gafas, palpos y artejos perfectamente adecuados a la función de pasar páginas. De manera que más que un descubrimiento perturbador fue una confirmación tranquilizadora, sobre todo a partir de que entrara en el salón Max Aub y Muñoz, más que hablar, abriera una ventana a través de la cual, como procedente de otra dimensión, llegó una brisa de la España probable que nos hizo olvidar que era domingo por la tarde.
Y eso es lo que os agradecemos, Max y Antonio, que dierais sentido a este domingo por la tarde eterno que es con frecuencia España sin otro psicotrópico que el de la literatura y que luego, además, nos invitárais a una copa. Muchas gracias.
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