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El nuevo rostro del poeta

Supongo que a Antonio Skármeta le sabe agridulce el baño de multitudes en que anda metido, desde hace dos años su Cartero, convertido por otros en uno de los rostros más conocidos del planeta en este enmarañado final de siglo. Para dar cuerpo de certeza a estas superposiciones de identidades, el cine es todavía insustituible.La parte dulce para Skármeta de la aventura de su Cartero hay que medirla, además de en el volumen de sus derechos de autor, en la multiplicación (sin él mover un dedo) de su celebridad. Hay famitas a millones y un puñadito de verdaderas famas. Y la que crea una película del calado de ésta debe ser mareante para quien no esté acostumbrado a aguantar viajes sin vuelta sobre itinerarios trazados por otros.

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La parte amarga está en la sensación de intromisión que el escritor debe obviamente percibir en el inexplicabe adueñamiento del rostro que él moldeó por otro rostro, ajeno y entrometido. Es el enésimo capítulo del raro asunto de la capacidad de apropiación que algunos intérpretes de noble talento depredador tienen cuando se hacen dueños, incluso físicamente, de los personajes que recrean.

El cartero está borrando del mapa el antaño inconfundible rostro de Neruda, que ya se parece tanto a Philippe Noiret que le va a ser imposible a la sombra del poeta deshacerse de los rasgos de su genial intruso. Hay algo cruel en esto en cualquier aula de cualquier colegio del mundo, cuando el maestro señale con un punzón el rostro de Neruda, los niños se reirán del gazapo de su ignorancia y le dirán que el poeta no es ése, sino otro. Y ocurrirá otra irrefutable mentira derivada de una verdadera ficción.

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