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Barcelona y el autoengaño de la ternura

La humanidad, no me atrevo a atribuírselo a otro sujeto, suele dedicar un día al año a las causas perdidas: el niño, la mujer, la vaca inglesa, es decir, los perdedores en general. Desde hace más de un siglo los catalanes han dedicado un día al año al libro y a la rosa, reunidos como dos muestras de lo diferente, a manera de excepción que confirma la regla de la hegemonía de la fuerza, civilizada o bruta. Los catalanes han llegado a identificarse tanto con ese día que les ha hecho diferentes entre las demás tribus de la aldea global que pugnan por convertirlo en un festejo universal, algo así como un día internacional de la gestualidad tierna, como una propuesta de modelo de vida enriquecedor del que estableciera el personaje poético de Eliot: "Leer hasta entrada la noche y en invierno viajar hacia el Sur". En Cataluña se trataría de comprar libros, oler rosas y convertir esa circunstancia en una escenificación del Sur, como si el Sur, mítico y metafórico fuera la patria del autoengaño donde se compran libros y se regalan rosas, un día, aunque sea un día, una tregua antes de que vuelvan los días laborables. En esta ocasión asisten al espectáculo editores de todo el mundo que se sumarán a la sociedad literaria indígena dispuestos a representar la teatralidad de una ciudad, un país construyendo el mejor imaginario de si mismo. Hay que vivir el 23 de abril como si fuera un verso de bolero... "la última noche que pasé. contigo..." por ejemplo, conscientes de que pocas veces se nos plantea la posibilidad de ser felices a cambio de tan poca dosis de autoengaño. El que se necesita para creer durante unas horas, si no llueve, que vivimos en Brigadoon, aquella Ciudad feliz y dormida que sólo resucita de vez en cuando para recordar el skyline de su propia inocencia.

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