Cama
Seguramente el más difícil de los diálogos, mucho más que el ahora acaparador de titulares, es el todavía pendiente entre los defensores de la naturaleza y las administraciones. Cierto es que se ha iniciado cien veces pero jamás fue posible terminar una conversación. Desde luego resulta arduo dar con un punto de acuerdo cuando la distancia entre las diferentes posturas llega a ser cósmica. No otro calificativo conviene a lo que media entre hacer algo y no hacerlo en absoluto. O entre proceder con exquisito cuidado o con la premura y la improvisación que deslucen tantos buenos propósitos. Pero al menos debe haber posibilidad de expresar opciones, asesorar con rigor, acercar la emergente sensibilidad ecológica a quienes deciden y por supuesto llevarse razonablemente bien, incluso en el desacuerdo. Superando, es más, la autoexigencia de prevalecer que algunos, en ambas partes, exhiben.Desde los primeros destellos de la democracia, naturalistas, ambientalistas y ecologistas buscaron el intercambio de opiniones y criterios con los responsables de lo público. De hecho una de sus primeras iniciativas fue proponer un discreto acomodo para lo ambiental en algún esquinazo de la administración central. Hace ya 20 años, y tras conversaciones con el primer Gobierno de UCD, se instaló el tema en el MOPU, hoy MOPTMA. Se creyó conveniente que la medicina estuviera lo más cerca posible de la enfermedad.Las intermitentes apuestas por una participación pública quedó jalonada de hermosas siglas y mejores intenciones. CIMA, CPP, Comité para el Seguimiento de la Estrategia Mundial para la Conservación de la Naturaleza y, con Borrell-Narbona, nada menos que un esperanzador CAMA: Consejo Asesor del Medio Ambiente. Es decir, la más creativa y prometedora invitación al diálogo. Escuchar, en suma, las aportaciones de la sociedad a las políticas ambientales.
Cama teníamos desde hace algo más de dos años y no sólo para que se aproximaran entre sí las 132 direcciones generales que en el conjunto del Estado español tienen competencias sobre las aguas, los aires, los suelos y las vidas no humanas. Sino que también se intentó una seria coordinación entre el Ministerio de Agricultura y el Moptma, es decir los responsables de la naturaleza más o menos intacta y de la transformada. Además estábamos invitados casi todos. Al final se formó algo así como un parlamento, sin poder de tipo alguno, pero crucial para la conversación que debería sanar y conservar. Allí estábamos nada menos que once ONG ambientales, los sindicatos mayoritarios, agricultores, empresarios, consumidores, vecinos, amas de casa, universidad, CSIC, Consejo de la Juventud, cámaras de comercio y algunos expertos a título individual y por supuesto el MAPA y el MOPTMA, a los que tampoco esta vez pudimos ver, no ya acostados, ni tan siquiera abrazados. Con todo, un fértil diálogo animó el primer año del CAMA, con no pocos buenos sabores en el paladar como siempre sucede cuando parece que comenzamos a entendernos los seres humanos. Como siempre que aceptamos la horizontalidad como la más sugerente y, claro, fecunda postura. Aún así sobrevaloraron al consejo asesor un par de negros nubarrones, Itoiz y Hoces del Cabriel, como si algún trágico destino hubiera injertado el acabamiento desde la misma fecundación.
Fueron confirmándose los presagios y nos quedamos sin CAMA allá por el mes de junio del pasado año, a pesar de promesas y órdenes del día pactados. Por ello abandonaron Greenpeace y Aedenat. Luego casi todas las ONG y CC OO han suspendido su participación. Aunque todos los intentos de asesorar y profundizar en políticas ambientales hayan acabado o acaben como ahora, con un alborotado despertar y con la lamentable recuperación de la verticalidad, podemos estar seguros de que merece la pena rehacer el CAMA porque no se conoce mejor método para arreglar lo roto que pegándolo con ese inmejorable adhesivo que llamamos diálogo.
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