El teatro en castellano reune más espectadores en Barcelona que las obras en catalán
La 'cançó' y el rock autóctono, ausentes de la oferta habitual de espectáculos
"En Barcelona tienen la costumbre de entender mucho mejor el teatro polaco en polaco que el teatro castellano en castellano". Agosto de 1994: exasperado, el escritor Antonio Gala asegura que en Barcelona no hay público para el teatro en castellano. Gala revela un cliché enquistado en buena parte de la opinión cultural española, que presenta la cartelera barcelonesa como un territorio ensimismado donde los espectáculos en lengua catalana monopolizan la oferta. Y donde parte del público potencial ha desaparecido, hastiado ante la presión nacionalista. El cliché nada tiene que ver con la realidad: el castellano es hoy la lengua de la cartelera barcelonesa que convoca mayor número de espectadores. En el cine, por supuestísimo, porque la abrumadora mayoría de las películas son en castellano. Pero también -y es más sorprendente- en el teatro y en la canción.
En 1994, el año en que Gala hacía esas declaraciones, la asistencia registrada en los teatros barceloneses ofrecía unos datos significativos. Según Adetca (Asociación de Empresas de Teatro de Cataluña), el público que asistió en Barcelona a las representaciones teatrales realizadas en castellano superó largamente al público de las representaciones en catalán. En catalán el número total de espectadores fue de 613.823. En castellano, de 797.918. Teniendo en cuenta que la asistencia a los teatros barceloneses ha experimentado una franca progresión desde hace varios años, la sentencia era inequívoca. ¿Público en castellano...? Más que nunca. Los datos de 1995 no están todavía computados. Pero portavoces de Adetea aseguran que la tendencia no se ha invertido y como muestra ofrecen el dato de asistencia correspondiente a la pasada semana de Navidad, es decir, la semana en que las carteleras de todos los teatros españoles muestran oferta a punto de ebullición: 21.503 espectadores en catalán por 26.525 en castellano.Sin embargo, los datos corresondientes a 1994 tienen interés por otra razón: mientras que los casi 800.000 espectadores en castellano se distribuyeron en un total de 89 montajes -que van desde los castizos musicales del teatro Apolo hasta los de la Compañía Nacional de Teatro Clásico-, los casi 614.000 espectadores en catalán se distribuyeron entre 200 -más del doble-. Esa enorme diferencia se explica por dos razones principales: el contundente atractivo comercial de los espectáculos en castellano y la política de subvenciones de la Generalitat de Cataluña, que obliga a las salas -si es que éstas quieren acogerse a la financiación pública- a programar la inmensa mayoría de sus espectáculos en catalán. Asimismo, esa enorme diferencia deja en el aire, sin respuesta concluyente, un par de preguntas: ¿la oferta teatral barcelonesa en castellano se corresponde a la demanda potencial? Y en consecuencia: ¿aumentaría la asistencia general al teatro en Barcelona si las compañías -especialmente las compañías modestas- pudieran acogerse a la subvención aunque programaran en castellano?
Un momento exquisito
Las dudosas relaciones entre oferta y demanda que caracterizan el paisaje teatral no se pueden extender a la música. Barcelona atraviesa hoy un momento exquisito de oferta musical. Cualquier día de la semana, en escenarios tintados de, un glamour variado, pero sustancial, puede escucharse música en vivo de una calidad indiscutible. Esa oferta presenta algunas características interesantes desde el punto de vista sociocultural. Para empezar, la música latina -flamenco, salsa, tangos, boleros- avanza hasta hacer vacilar la tradicional querencia barcelonesa por el jazz y la pauta del pop rock que marca las noches de Oriente y Occidente.En cuanto al flamenco, se ha producido un fenómeno de un interés repentino y creciente: la aparición de una generación de jóvenes nacidos, criados y formados musicalmente en la periferia que son hoy primeras figurasen el género. Se trata de Mayte Martín y de Duquende, por supuesto, pero también de Ginesa Ortega, Miguel Poveda, la jovencísima Yolanda y el guitarrista Cañizares, por citar los más conocidos. Esa generación presenta problemas de encuadre para los que subordinan el arte a cualquier misión antropológica, se haga la antropología desde Cataluña o desde el jerezano barrio de Santiago, cuna flamenquísima.
El dominio musical en castellano, que exponen en el ámbito del rock y del pop rock los catalanes Loquillo y El Último de la Fila, se completa con el auge sostenido de la salsa -no hay otra ciudad más infinitamente salsera que Barcelona en toda Europa-, del tango o del bolero. Resumiendo: es muchísimo más sencillo escuchar hoy en Barcelona cualquiera de esas músicas que algo emparentado más o menos lejanamente con lo que fue la nova cançó o con el fenómeno, en su momento emergente y hoy muy muy aletargado, del rock catalán. También en este sentido la Barcelona ensimismada es una falsedad. Una falsedad, al menos, por lo que respecta a la actividad cultural vinculada a la realidad y no a los mundos más o menos artificiales generados por la política subvencionadora, que se manifiestan en las programaciones culturales de determinadas instituciones políticas y en algunas emisiones de los medios de comunicación públicos.
Unos medios de comunicación -y valga lo que sigue como anécdota más o menos significativa de determinadas estrategias político-mediáticas- que no ofrecen el más mínimo comentario sobre la actividad taurina, ni en Cataluña ni fuera de Cataluña. Y que por tanto no han podido, hacerse eco de una realidad firmemente traducida en cifras: el aumento en más de un 25% en los últimos cuatro años del público taurino en Barcelona, según datos facilitados por la empresa, Balañá. Cabe señalar que aunque los toros tienen un antiguo enraizamiento en Cataluña, hoy son asimilados por el nacionalismo cultural a una de las más persistentes señas de identidad de lo que llaman el españolismo. Españolismo que hoy triunfa en todos los campos de juego, según observan con humor algunos analistas mientras echan un vistazo a la clasificación futbolística.
Babelia
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